marchaban en la dirección equivocada, para  pelear la guerra equivocada y contra el pueblo equivocado. 
Algunos de los  que compartimos las luchas antibélicas de los ´60 y de los comienzos de  los ´70 ahora somos activos en el movimiento por el derecho a la vida.  No disfrutamos al oponernos a nuestros viejos amigos sobre el tema del  aborto, pero sentimos que no tenemos opción. Nos movilizamos por lo que  las feministas pro-vida llaman la «cosa coherente»: la creencia que el  respeto a la vida humana demanda oponerse al aborto, a la pena capital, a  la eutanasia y a la guerra. No pensamos que tenemos ni el lujo ni el  derecho de elegir algunos tipos de asesinato y decir que ellos son  correctos, mientras otros no lo so.
Hasta la década  pasada, los partidarios de la Izquierda y de la Derecha estaban de  acuerdo en una norma: todos protegíamos a los jóvenes. La protección de  los jóvenes incluía la protección de los nonatos.
Las leyes  reflejaban un consenso ético, no basado exclusivamente en la tradición  religiosa sino también en una evidencia científica: que la vida humana  comienza en la concepción. La prohibición del aborto en el antiguo  Juramento Hipocrático es bien conocida. Menos familiar para muchos es el  Juramento de Ginebra, formulado por la Asociación Médica Mundial en  1948, que incluía estas palabras: «mantendré el respeto máximo por la  vida humana desde el momento de la concepción». Una Declaración de  los Derechos del Niño, adoptada en 1959 por la Asamblea General de  las Naciones Unidas, declaraba que «el niño, en razón de su inmadurez  física y mental, necesita salvaguardias y cuidados especiales,  incluyendo apropiada protección legal, antes al igual que después de su  nacimiento».
Un factor fue el  popular argumento liberal civil respecto a la libertad de elección en el  aborto. Muchos liberales y radicales aceptaron este punto de vista sin  plantear ningún otro interrogante. Quizás muchos sabían que un feto de  ocho semanas tiene una forma plenamente humana. Ellos no se preguntaron  si los dueños de esclavos americanos antes de la Guerra Civil tenían  razón al visualizar a los negros como inferiores a los seres humanos y  privados de propiedad, o si los nazis estaban en lo correcto al  visualizar a los pacientes mentales, judíos y gitanos como menos que  humanos y en consecuencia sujetos a la solución final.
En 1972, cuando  una Comisión presidencial sobre el crecimiento poblacional recomendó la  legalización del aborto, en parte para remover la discriminación contra  las mujeres pobres, algunos miembros de la Comisión se opusieron. Una de  ellas fue Graciela Olivarez, una chicana que era activista de  derechos civiles y que se desempeñaba en tareas contra la pobreza.  Olivarez, quien posteriormente fue nombrada para presidir la  Administración de Servicios Comunitarios del Gobierno Federal [Federal  Government's Community Services Administration], había conocido la  pobreza en su juventud en el sudoeste. Con un toque de amargura, dijo al  expresar su disenso: «los pobres claman por justicia e igualdad y  nosotros respondemos con la legalización del aborto». Olivarez hizo ver  que con frecuencia los negros y los chicanos no han sido queridos por la  sociedad de los blancos. Ella agregó: «creo que en una sociedad que  permite que la vida de cualquier individuo (nacido o no nacido) dependa  de que esa vida sea "querida" o no, todos los ciudadanos están en  peligro». Luego ella dijo a la prensa: «no tenemos iguales  oportunidades. El aborto es una salida cruel».
 
Con la esperanza  de contribuir a una nueva perspectiva, ofrezco los siguientes puntos:
Primero , no es característico  de la Izquierda rechazar al débil y al desamparado. El signo tradicional  de la Izquierda ha sido su protección de sumergidos, los débiles y los  pobres. El niño nonato es la imagen más desamparada de la humanidad,  inclusive más necesitada de protección que el pobre granjero  arrendatario, el paciente mental o el balsero en alta mar. El instinto  básico de la Izquierda es ayudar a quienes no pueden ayudarse.
Segundo, el derecho a la vida  subyace y sostiene todos los otros derechos que tenemos. Como dijeron  Thomas Jefferson y sus amigos, es evidente de por sí, se presenta antes  que el derecho a la libertad y el derecho a la propiedad. El derecho a  existir, a ser libre de la agresión de otros, es la base de la igualdad.  Sin ese derecho, los otros derechos son insignificantes, y la vida se  convierte en una especie de guerra en la que la fuerza decide todo. No  hay igualdad, porque la conveniencia de uno precede a la vida de otro,  basado exclusivamente en que la primera persona tiene más poder. Si no  protegemos este derecho para todos, no está garantizado para nadie,  porque cualquiera puede tornarse débil y vulnerable al ataque.
Tercero, el aborto es un tema de  Derechos Civiles. Dick Gregory y muchos otros negros ven al aborto como  un tipo de genocidio. La confirmación de esto se introduce en la  experiencia de activistas pro-vida que encuentran un abierto fanatismo  cuando hablan con votantes blancos sobre la financiación pública del  aborto. Muchos votantes blancos creen que el aborto es una solución para  el problema del bienestar y una forma de lentificar el crecimiento de  la población negra. Yo trabajé dos años atrás para un candidato liberal  pro-vida, quien estaba aterrado por la cantidad de comentarios contra  los negros que encontró cuando discutía el tema. Y el Representante  Robert Dornan, de California, un líder conservador pro-vida, dijo en una  oportunidad a sus colegas en la Cámara: «he escuchado a muchos  republicanos intransigentes jactarse respecto a cuán conservadores eran  ellos en el plano fiscal y luego decirme que yo era un idiota en el tema  del aborto». Cuando le pregunté por qué, Dornan dijo que ellos  susurraban «porque tenemos que contenerlos, tenemos que detener el  crecimiento poblacional». Dornan explicitó: «para ellos, el crecimiento  poblacional significa negros, portorriqueños u otros latinos», o todo  aquel que «no debería proporcionar más que una benigna carga –o dos-  "sobre la sociedad"».
Cuarto, el aborto explota a las  mujeres. Muchas mujeres son presionadas por los esposos, amantes o  padres para que se sometan a abortos que ellas no desean. Algunas veces  la coerción es sutil, como cuando un esposo se queja de los problemas  financieros. Algunas veces es abierta y cruda, como cuando un novio  amenaza con poner fin a la relación, a menos que la mujer se someta a un  aborto, o cuando los padres le ordenan a una menor de edad practicarse  un aborto. Una mujer que es acompañada por alguien más muchas veces no  tiene la oportunidad de hablar, porque el marido, el novio o el padre  son muy hostiles al que trabaja a favor de la vida.
Juli Loesch, una  escritora feminista/pacifista, hace notar que las feministas quieren que  haya hombres que participen más en el cuidado de los hijos, pero el  aborto le permite a un hombre desviar toda la responsabilidad hacia la  mujer: «él puede comprar el modo de quitarse la responsabilidad de  encima, haciendo "la oferta" para "el procedimiento"». Ella agrega que  el rol sexual del hombre «implica exactamente nada: ninguna relación.  ¿Cuán rápidamente el "derecho de una mujer a elegir" llega a servir como  el "derecho de un hombre a usar"?». Y Daphne de Jong, una feminista de  Nueva Zelanda, afirma que «si las mujeres deben someterse al aborto para  preservar su estilo de vida o su carrera, su status económico o social,  ellas están promocionando un sistema proyectado y gobernado por los  hombres por mera conveniencia». Ella agrega: «de todas las cosas que se  hacen a las mujeres para adecuarlas a una sociedad dominada por los  hombres, el aborto es la invasión más violenta de su integridad física y  psíquica. Es un ataque más profundo y más destructivo que la  violación…».
Quinto, el aborto constituye  una fuga de una obligación que se debe a otro. Doris Gordon,  coordinadora de los Libertarios para la Vida, lo plantea a su manera:  «los niños nonatos no son la causa que provoca que las mujeres se  embaracen, sino que son los padres los que hacen que sus hijos estén en  el vientre, y como resultado de ello, esos hijos necesitan cuidado  paternal. Como principio general, si somos la causa de la necesidad de  cuidados para otro, como cuando provocamos un accidente, adquirimos una  obligación hacia esa persona… No tenemos derecho a ordenar matarla para  extinguir una obligación».
Sexto, el aborto brutaliza a  los que lo llevan a cabo, lo sobrellevan, pagan por él, se benefician  con él y permiten que ocurra. Muchos de nosotros miramos hacia otro lado  porque no queremos pensar sobre el aborto. Una parte de la realidad se  bloquea dado que no se quiere ver cuerpos rotos saliendo de casa o yendo  a un incinerador en esas aterradoras bolsas plásticas. Las personas  niegan su propia humanidad cuando rehúsan identificarse o al menos  reconocer el dolor de otros.
Con algo que es  peor: ellos están haciendo dinero mediante la miseria de otros, de las  mujeres explotadas y los niños muertos. Médicos, comerciantes y  directores clínicos están haciendo una gran cantidad de dinero a partir  del aborto. Trabajos e ingresos elevados dependen del aborto, es parte  del producto bruto nacional. Los paralelos de esto con el complejo  industrial-militar deberían ser obvios para cualquiera que estuvo  involucrado en el movimiento contra la guerra.
Y el argumento  de la «pendiente resbaladiza» es correcto: realmente, la gente pasa de  aceptar el aborto a aceptar la eutanasia, la «selección» para el  problema del hambre y la «ética del salvamento» como una guía general  para el comportamiento humano. Nos dejamos caer por la pendiente que nos  retrotrae a la jungla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario