Desde que nacen los niños están expuestos al dolor, algunos incluso a  enfermedades crónicas o procedimientos repetidos necesarios para  diagnosticar o para curar enfermedades diversas, procedimientos o  técnicas que en sí mismas son dolorosas. 
En las primeras horas o días de vida los recién nacidos sufren  pinchazos en el talón, en los músculos o en las venas para realizar  análisis o descartar enfermedades metabólicas y otras. En las primeras  cuatro semanas de la vida algunos son incluso circuncidados y a las  niñas se les perfora el pulpejo de la oreja, sin anestesia ni sedación.  Todos los lactantes reciben múltiples inyecciones intramusculares, a  veces varias simultáneamente, a lo largo de los primeros meses de la  vida, única forma de administrar las vacunas, imprescindibles para  evitar enfermedades. Todos estos procedimientos causan dolor  porque las vías nerviosas que perciben, transmiten y sienten dolor en el  cerebro están ya maduras desde antes de nacer. Por eso los  niños, incluso los más pequeños, lloran intensamente cuando los adultos  les proporcionan dolor, aunque estos generalmente consideran que es poco  llanto, poco dolor o que pronto olvidan esta experiencia.
Existen métodos sencillos para anular o disminuir este sufrimiento,  métodos poco conocidos por la población que este blog pretende divulgar.  Se sabe con certeza, por experimentación animal y con recién nacidos y  lactantes pequeños, que cuando el procedimiento doloroso se realiza mientras los niños toman alimentos, el pecho o biberón, el dolor disminuye intensamente  porque durante la succión del alimento se liberan endorfinas, unas  sustancias naturales almacenadas en el organismo, con alto poder  analgésico. Además, durante cualquier situación de dolor, la percepción  es menor si el pequeño está acurrucado, acariciado, arrullado por su  madre o padre. Por otra parte, es posible aplicar en los puntos de piel  donde se producirá dolor: oreja, pene, pierna o brazo para la vacuna,  una crema anestésica que evita el dolor.
Más tarde, cuando los niños tienen autonomía para correr o jugar,  pueden sufrir pequeños accidentes o fracturas óseas que precisan de  puntos de sutura, reducción de las fracturas o simplemente la cura de la  herida. Esto, que es doloroso, se practica con demasiada frecuencia sin  analgesia y lo que es peor sin que los padres estén presentes,  impidiéndose así el efecto sedante y analgésico que produce la palabra,  el arrullo y la protección de los padres.
Pocos niños se libran de algún análisis de sangre, algunos son  portadores de enfermedades recidivantes o crónicas que precisan  controles analíticos o tratamientos molestos. En estos es tan importante  el miedo al dolor como el dolor mismo. Para ellos y para los que sufren  dolor más intenso existen múltiples fármacos analgésicos y sedantes potentes y seguros,  que no solo suprimen el dolor, también producen amnesia retrógrada por  lo que la próxima sesión no recordarán la anterior. El dolor no tiene  ninguna utilidad, no solo no cura sino que muchas veces dificulta la  curación y la rehabilitación. Aunque los médicos a veces no podemos  curar, siempre debemos aliviar.
Ya es hora de que los médicos en general, los pediatras en particular  y los hospitales de niños apliquen el principio de que el dolor no cura  y por ello debe ser siempre evitado y no solo por motivos humanitarios,  también porque dificulta muchas veces el proceso de curación. 
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