Niños desafiantes. Por Beatriz Janin. Pagina 12. 18/5/2011
Son  esos niños a los que se atribuía “mala conducta” o “mala educación”;  hoy algunos los rotulan como “trastorno negativista desafiante” o  “trastorno oposicionista”. La autora sostiene que esa conducta “abarca  problemáticas muy diferentes”, y la vincula con determinaciones  familiares y sociales.
 Por Beatriz Janin *
 “Alan tiene siete años. No respeta  las reglas de la escuela, contradice a la maestra, desafía a las  autoridades. Debe tener un problema orgánico. ¿No necesitará  medicación?” “Pedro tiene cuatro años; discute todo lo que se le dice,  se pelea con los otros chicos y se enoja cuando se lo reta. Se tira al  suelo cuando se le niega algo que quiere. Nos dijeron que consultemos a  un neurólogo.” “Juan tiene cinco años. Se niega a hacer lo que se le  pide, dice a los gritos que no quiere obedecer y trata de imponer su  voluntad todo el tiempo. Lo retamos, le pegamos y le ponemos  penitencias, pero cada vez es peor. ¿Qué podemos hacer?” Y una escena en  la calle: La mamá: “Cuando hablo con otro adulto no me interrumpas”. El  nene, de cinco años (en el mismo tono de voz autoritario): “Y vos  contestame cuando yo te hago una pregunta”. La mamá: “Me estás  desafiando”. El niño: “Y vos me estás desafiando a mí”.
 Son niños a los que antes se les  adjudicaba “mala conducta” o “mala educación”. Algunos de estos niños  fueron rotulados por diversos profesionales como “síndrome de déficit de  atención con hiperactividad”. Otros, como “trastorno negativista  desafiante” o “trastorno oposicionista desafiante”, una nueva  clasificación que circula por los ámbitos de la salud y la educación.  Otro “trastorno de época” con una supuesta “solución” de época. Así,  algunos niños a los que se les pone este sello son medicados con  antipsicóticos en dosis leves, para mejorar su conducta.
 Nuevamente, como en el caso del  trastorno por déficit de atención, nos encontramos con la descripción de  una conducta frecuente en nuestra cultura, frente a la cual se arma una  clasificación psiquiátrica y se supone un remedio mágico.
 Por consiguiente, es una nominación  que suele abarcar patologías y problemáticas muy diferentes. Desde las  respuestas impulsivas y agresivas de un niño que siente que su psiquismo  estalla frente a las exigencias del mundo, hasta las dificultades de  otro que no tolera las normas: todos son ubicados del mismo modo. A la  vez, es frecuente que estos niños susciten la hostilidad de los adultos.  Es decir, no se lo piensa como una conducta que suscita preguntas, que  dice algo, sino como algo a acallar. Consideradas como un cuadro  psicopatológico o como respuesta a una educación permisiva, las  conductas de los niños que se oponen a las reglas escolares y familiares  se piensan como algo a silenciar más que como un llamado a escuchar.
 Pero el comportamiento transgresor y  desafiante de los niños de hoy no tiene que ver necesariamente con una  falta de castigos o con actitudes demasiado permisivas de los padres.  Sucede que los adultos presentan dificultades para sostener las  diferencias niño-adulto, no pueden ser garantes de un futuro mejor y  esperan que los niños los sostengan narcisísticamente. Así, generan  actitudes y respuestas frente a las que luego se violentan. A estos  niños se los ha imbuido de un poder omnímodo. Son los mismos adultos los  que los han convencido de que son seres poderosos, de que deben cumplir  ya con todo lo esperado y de que este cumplimiento les traerá  satisfacciones inmediatas.
 ¿A qué se oponen los niños? ¿A qué se  niegan? ¿Qué desafío está en juego? ¿Qué nos están diciendo con tanto  “negativismo”? Es frecuente que los niños de hoy traten a los adultos  como pares e intenten imponer su voluntad a toda costa. Pero hay  determinaciones sociales, familiares e individuales que debemos tener en  cuenta en la producción de estas conductas, que suelen denunciar  dificultades en la estructuración narcisista.
 Al considerar el comportamiento como  algo estático, un trastorno que el niño trae y que es atemporal, no se  toma en cuenta su sufrimiento. Estos niños, a su vez, suelen desmentir  el dolor, justamente porque suponen que tienen que funcionar como  poderosos y que si se muestran débiles quedan a merced de un tirano.  Generalmente son sancionados, castigados, expulsados, lo que refuerza la  idea de un mundo hostil y arbitrario.
 Lo que aparece como conducta  oposicionista-desafiante o negativista-desafiante puede responder a  múltiples determinaciones, en las cuales tienen peso tanto el medio  social como el familiar, así como el modo particular en que ese niño  tramita sus vivencias.
 Algunos niños no hay podido  constituir ligazones que operen como inhibidoras del desborde pulsional y  quedan a merced de la insistencia pulsional en una pura descarga. El  otro fracasa como aquel que contiene y calma y el niño queda solo en un  estado de enfrentamiento con todos, suponiendo que los otros son causa  de su malestar. Esto suele confundirse con un funcionamiento  “oposicionista”.
 Así, un niño de diez años que  insultaba a las maestras, le pegaba a la madre, totalmente desbordado  por cualquier situación en la que tuviera que esperar su turno o ceder  frente a otro, fue diagnosticado como trastorno negativista desafiante.  En ese diagnóstico primó una idea de clasificar, sin dar cuenta de los  mecanismos productores de sus desbordes. Estos se desencadenaban cuando  aparecía una situación en la que se le presentificaba la idea de ser  aniquilado o expulsado violentamente por el otro, lo cual lo llevaba a  estados de desesperación donde las urgencias se transformaban en  irrefrenables. La desesperación se incrementaba en el vínculo con  adultos que se ubicaban como impotentes frente a los ataques del niño.
 Oposición o dependencia
En tanto el niño teme depender del  otro porque no lo considera seguro y supone que va a quedar a merced de  él, de sus idas y venidas, el mostrarse autosuficiente y negarse a  obedecerlo puede ser el modo en que intenta sostener un armado  narcisista precario. En algunos niños, dominar al otro, someterlo a la  propia voluntad, parece ser la única satisfacción posible. Ya no es la  satisfacción erótica en el vínculo con el otro, el placer en la  realización del deseo, sino el placer en el dominio del otro como  objeto. Hay niños que se unifican en el “no” como modo de ser, como  protección, porque si no se sienten arrasados por el avance intrusivo  del otro. La dificultad radica en que pierden la percepción de sus  deseos (algunos no la tuvieron nunca) y lo único que desean es oponerse  al deseo del otro (lo que delata la dependencia). Al abroquelarse en el  “no”, éste funciona como organizador que les permite sostenerse como  diferentes.
 Este funcionamiento suele traer  dificultades para sublimar. Así, en lugar del juego o de actividades  creativas estos niños buscan el poder por sobre todas las cosas. Ser el  jefe de la banda es lo único importante.
 El “no” formulado como “no quiero”  implica tanto la posibilidad de poner coto al avasallamiento del otro  como de reafirmar la autonomía. Los padres de un niño de cuatro años  consultaron porque el chico regulaba todos los movimientos de la casa.  Si él se oponía, no podían salir a pasear o a comer afuera: cuando no se  hacía lo que él quería, respondía con escándalos. Podermos  preguntarnos: ¿qué quería? Quizá dominar a los otros para no darse  cuenta de que eran personas autónomas, separadas de él, situación que,  cuando se hacía evidente, le acarreaba muchísimo sufrimiento. A la vez,  estos padres se ubicaban en una lucha de poder con el niño, repitiendo  con él la batalla cotidiana con un mundo vivido como demasiado exigente.
 Depender de otro supone que uno puede  perderlo. Estos niños intentan desmentir toda dependencia para evitar  toda pérdida. Puede ocurrir que un niño tenga terror al abandono y  desmienta por eso la necesidad de ese otro. Pero el resultado es que el  objeto se le torna incontrolable, la separación no puede ser eternamente  desmentida y permanentemente reciben heridas insoportables, en tanto  esperan una fusión imposible.
 Así, un niño que, por pegar a los  otros niños y desafiar a los docentes, estaba a punto de ser expulsado  del jardín de infantes, trae a las sesiones su sensación de injusticia,  de no ser escuchado por los maestros, de quedar como culpable de todas  las situaciones de un modo arbitrario. Está muy enojado con el mundo. Le  propongo jugar a que él es el psicólogo. Acepta y juego a ser una niña  que les pega a todos y a la que retan todo el tiempo. Yo voy diciendo lo  que siento, lo injustos que son conmigo, cómo ninguno me escucha y cómo  me dejan sola, y él va pasando de ser un adulto implacable, que sólo me  reta, a transformarse en un director de escuela que dice: “Yo te creo;  voy a ir con vos al recreo a ver lo que pasa, y si te molestan yo te  defiendo”. Esta variación de posición en el juego le permitió ir  modificando su lugar en el jardín, sintiendo que los adultos podían  escucharlo y defenderlo. Pudo empezar a mostrar sus miedos, sus  debilidades, y soportar la indefensión frente a los adultos.
 Muchas veces la desmentida de la  dependencia está sostenida por los adultos, que ubican al niño como  todopoderoso frente a adultos impotentes. Lo que podemos denominar  “idealización de la infancia” es uno de los factores sociales que  inciden en las dificultades de los niños de hoy.
 Los padres de una niña de tres años  afirmaban que la niña era “terrible” y que en la casa rompía todo. Al  relatar un episodio en que la niña había roto la mesada de la cocina, le  adjudicaban una fuerza que no tenía. De este modo, la niña quedaba  entrampada entre un poder omnímodo y ser la culpable de todo lo que  ocurría, cuando era obvio que la mesada estaba quebrada desde antes y  ella sólo había puesto de manifiesto ese quiebre. La niña –curiosa, con  un lenguaje muy desarrollado y un excelente nivel de juego dramático– no  obedecía y se enojaba frente a cualquier negativa a sus deseos. ¿Cómo  iba a obedecer a adultos que se mostraban más débiles que ella? Una  consecuencia era la confusión respecto de sus propias posibilidades y un  estado de desesperación, del que intentaba salir a través del desafío.
 * Directora de la Carrera de Posgrado  de Psicoanálisis con Niños, APBA-UCES. Texto extractado del libro El  sufrimiento psíquico en los niños. Psicopatología infantil y  constitución subjetiva (ed. Noveduc).
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