Profesores Programa de Psicología Universidad Surcolombiana
Naciones  Unidas acaba de informar que en Colombia  más del 50% de los hijos de  madres adolescentes son no deseados. Este país es también el de mayor  tasa de embarazo adolescente en América Latina. Las cifras son  preocupantes, pese a que la quinta encuesta nacional de demografía  (2010) realizada por Profamilia, revela que este fenómeno bajó un punto,  del 20% de adolescentes que se embarazó en 2005, al 19% en 2010.  Situación similar a la ocurrida en el Huila donde, según el reciente  Perfil Epidemiológico Departamental, este asunto se redujo en un 13%. No  obstante, el año pasado hubo cerca de 5.000 adolescentes opitas  embarazadas.  
Precarias  condiciones socioeconómicas, que presionan a las chicas a buscar una  salida del hogar en busca de supuestas mejores oportunidades, muchas  veces ofrecidas por un enamorado. Lo cual no significa que el embarazo  adolescente no se dé en estratos medios y altos, ocurre pero por otras  motivaciones y sin las mismas implicaciones negativas para el futuro de  la madre y el bebé. Esto quiere decir que no es igual de grave ser madre  adolescente pobre que ser de clase media o alta.            
Los datos exigen repensar las políticas públicas y las estrategias  escolares y familiares al respecto, pues ningún aspecto de la vida  social es simple. Un tema como el del embarazo adolescente es complejo  y, por tanto, poli determinado. En él participan, además del deseo  erótico propio de cada adolescente, factores como los siguientes.
Bajos niveles educativos, que impiden un conocimiento elemental de la  sexualidad (en mayor proporción en zonas rurales que urbanas) y así,  por ejemplo, se cree en fórmulas, poses o remedios caseros para evitar  un embarazo.
Prejuicios sexuales, como el control machista de la mujer para que no  planifique, supuestamente para evitar su infidelidad. O aquél otro de  la vergüenza que impide reclamar el derecho a los anticonceptivos en las  instituciones de salud.
Imaginarios erróneos de amor eterno y estabilidad matrimonial, que  acompañan el embarazo para demostrar el afecto y garantizar la  permanencia del hombre junto a la mujer o de la mujer junto al hombre.
Equivocadas concepciones de feminidad y masculinidad presentes en las  competencias de mutua aceptación entre pares, en relación directa con  la conquista de pareja. En muchas oportunidades los muchachos llegan a  la intimidad sexual para demostrar su hombría a los compañeros y no para  disfrutar de una relación de pareja. Y las muchachas con frecuencia lo  hacen por ganarle a sus compañeras el chico más pretendido, perder la  calificación de tontas y adquirir la de audaces.
Como se aprecia, el embarazo adolescente escapa a explicaciones de  una sola causa y reclama intervenciones mancomunadas de padres de  familia, educadores, comunicadores sociales, gobernantes y, por  supuesto, de los propios adolescentes.
Hecho este reconocimiento a la complejidad del fenómeno en cuestión,  presentamos ahora algunas sugerencias relacionadas con la necesidad de  una educación sexual integral desde la primera infancia, no moralista ni  hipócrita, que reconozca la necesidad de  contribuir a formar  ciudadanos y ciudadanas capaces de reflexionar y enfrentar situaciones  como las planteadas atrás. Una educación que empiece por entender que el  deseo erótico y el enamoramiento adolescente constituyen uno de sus   temas centrales y una motivación subyacente a este tipo de embarazos.  Sugerencias que siguen vigentes desde su formulación con base en un  estudio realizado por la USCO en 2000, con madres adolescentes de los  principales colegios de Neiva (Libro: Jugando a la mamá. Estudio de caso  sobre maternidad temprana y educación sexual, editorial Kinesis,  Armenia).
La educación, por sí sola, no puede atender todas las dimensiones del  problema pero sí constituye una condición indispensable. En la  actualidad, pese al nuevo proyecto del Ministerio de Educación Nacional,  cuando de modo excepcional se hace educación sexual, se trata de una  labor deficiente caracterizada por lo esporádico, el academicismo del  funcionalismo biológico y el moralismo religioso. No aborda los  interrogantes juveniles acerca del deseo y el placer como derecho y bien  ético constitutivo de un proyecto de vida buena y placentera.  Por lo  general, la educación sexual es prácticamente inexistente, pues ésta no  pasa del documento archivado para cumplir con el requisito formal ante  las Secretarías de Educación.
Desde los tiempos de la antigüedad clásica griega sabemos que una  auténtica educación es aquella que trasciende lo discursivo para  literalmente encarnarse. Convertirse en práctica de vida. Aristóteles  enseña que virtudes como la justicia o la prudencia no son el resultado  de un sermón, sino producto de la reflexión nacida de experiencias  concretas de justicia y prudencia. Mientras los educadores y padres de  familia persistan en el error de presentarse como sujetos asexuados o  practicantes de una sexualidad pecaminosa y vergonzante que “enseñan”  sexualidad, no habrá avances significativos en temas como el del  embarazo adolescente. Es algo así como esperar progresos del profesor  que, sin saber nada de música o que detestándola, pretende enseñar a  tocar un instrumento.
Un buen padre de familia o profesor relaciona su saber con las  experiencias propias y de los hijos o estudiantes para motivar y dotar  sus enseñanzas de sentido vital. Por eso recomendamos que, junto al  conocimiento técnico y abstracto de temas como el ciclo menstrual, la  fecundación, los aparatos reproductores, las enfermedades de trasmisión  sexual y la anticoncepción, aparezca la experiencia concreta del docente  o el padre de familia acerca del gusto erótico, el enamoramiento, las  relaciones de género, el tipo de anticonceptivo usado y su manera de  uso, entre otros. Esto, además, como una vía de apertura a la confianza  requerida para que los estudiantes o los hijos planteen sin temores sus  propias inquietudes y necesidades de asesoría.
Si a diario aconsejamos con referencias concretas, “por el bien de  nuestros hijos” (según la tradicional y discutible expresión), acerca de  alimentos, viajes, carreras universitarias, deportes, medicamentos,  lecturas, uso de tecnologías viejas y nuevas y tantas otras experiencias  fundamentales, ¿por qué no hacerlo con la sexualidad? ¿Por qué no  admitir lo gratificante del encuentro íntimo en nuestras vidas y cómo  hemos aprendido a diferenciarlo del interés por la reproducción? ¿Por  qué no reconocer las veces que nos hemos equivocado en asuntos de pareja  y por qué creemos habernos equivocado?
Sabemos, como ejemplo adicional, que la educación sexual no se reduce  al tema de la anticoncepción, pero también tenemos que aceptar que sin  conocimientos y experiencias en el uso de anticonceptivos esa educación  estará incompleta y la cantidad de embarazos adolescentes se mantendrá o  crecerá. ¿Por qué no referir las experiencias del docente o del padre  de familia al respecto? ¿Sería que nos bastó un curso teórico de una  hora para aprender a manejar los anticonceptivos que usamos o lo  aprendimos en la práctica asistida por un amigo o médico? ¿Quién les  colabora hoy a los estudiantes en este aprendizaje?
Para finalizar, conviene resaltar que por carecer de una educación  como la planteada, cuando se presenta el embarazo adolescente la  responsabilidad es compartida por la familia, la institución escolar el  Estado y la sociedad en su conjunto, no es exclusiva de la pareja  adolescente. Y el peor error que agrava la situación es una actitud  familiar incomprensiva e intolerante, muchas veces violenta, más nefasta  que el mismo embarazo. Con comprensión y apoyo familiar es posible  convertir esta experiencia en un episodio de crecimiento y superación  personal.
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