Siempre los ha habido, y siempre los habrá. Aunque no queramos reconocerlo, aunque no sepamos explicarlo, muchas veces se prefiere un hijo a otro. Es el hijo favorito, de mamá, de papá o de ambos.
Este es un tema apasionante del que podemos hablar desde distintos  puntos de vista, como hijos y como padres. En ocasiones incluso puede  decirse que nuestra actitud como padres está condicionada por lo que  vivimos como hijos en este sentido, y ahí me sitúo yo.
Yo nunca fui la favorita, era mi hermano el que ocupaba ese puesto,  especialmente para mi madre. Algo que curiosamente cambió tras mi  independencia y la maternidad. Pero creo que todo esto sobre lo que  tanto me cuesta hablar ha hecho que en la relación con mis hijas no quiera establecer distinciones.
Este tema me ha preocupado sobremanera incluso antes de tenerlas.  ¿Querré más a una hija que a otra? ¿Pero cómo se puede querer más a un  hijo que a otro? ¿No sería mejor hablar de preferencias, simpatías,  parecidos? ¿O tampoco es válido esto?  
El caso es que existen estudios acerca de este fenómeno del que  podemos encontrar ejemplos en tantas familias. Y que explican el  favoritismo hacia uno u otro hijo desde distintos puntos de vista,  psicológicos, biológicos, culturales…
¿Por qué se prefiere a unos hijos?
Desde un punto de vista psicológico, se señala que  muchos padres pueden ver en uno de los hijos una versión mejorada de sí  mismos, de sus parejas o de alguien muy querido (bien por aspecto, bien  por carácter o por ambos factores). Entonces, convierten a este hijo,  inconscientemente, en el favorito.
También es posible que ese hijo, por otras razones, les hagan  sentirse mejor, porque llenan un vacío, porque son los primeros en  llegar o por el contrario costó mucho que llegaran…
Incluso, el favorito puede ser el hijo menos parecido al padre o  madre que lo tiene por predilecto, con un carácter más diferente, porque  se preocupan más por su futuro (al no entenderlos, no identificarse con  ellos, hay más incógnitas y preocupación).
En el caso de hijos adoptados, pueden convertirse en favoritos con  el fin de que no noten diferencias respecto a los hijos biológicos.
Si algo tienen en común todas estas razones para preferir a un hijo respecto a otro, es que se gestan en el inconsciente. 
Pero existen otras teorías que pueden explicar estas preferencias,  no incompatibles con las anteriores, como las que hablan de instintos o  de factores culturales. Pronto volveremos sobre este apasionante tema.
Consecuencias del favoritismo
La predilección paterna por alguno de los hijos puede tener  consecuencias, más o menos relevantes, más o menos visibles, más o menos  perdurables en el tiempo. Como no podía ser de otro modo, el estatus de  favorito provoca habitualmente que haya celos y rivalidades entre hermanos. 
Afortunadamente, este hecho tan habitual en raras ocasiones pasa de  ahí y perturba seriamente las relaciones familiares o causa traumas a  los hijos no preferidos. Suele ser habitual también que los favoritismos  sean “compensados” por otros miembros de la familia, que muestran sus  preferencias con los “segundones”, o alternan los favoritismos con la  llegada de nuevos miembros a la familia…
Pero, aunque no haya graves consecuencias, ¿se pueden minimizar los  efectos? Un estudio realizado en Estados Unidos en 2010 por  investigadores de la Universidad de Cornell y Pardue mantiene que el  favoritismo paterno hacia uno de los hijos puede desembocar en problemas  de conducta en niños, adolescentes y adultos.
Y aunque a veces se niegue y los padres aseguren que quieren a todos por igual, es probable que haya un predilecto:  hay estudios  que muestran que un 70% de las madres afirma sentirse emocionalmente  más cerca de uno de sus hijos. Y ellos lo notan. Los “segundones”  intentarán desbancar a sus hermanos.
Qué hacer para que el favoritismo no se convierta en tragedia
No queremos acabar como Caín y Abel, de modo que, ¿cuál sería el consejo para que estos casos no derivaran en un trauma?
Los hijos, tomar con naturalidad el hecho de “no ser el elegido” nos  puede funcionar, siempre que no exista un rechazo paterno explícito.
Los padres, esforzarse por demostrar que los quieren y los valoran  por igual, reconocer las debilidades, cualidades y capacidades de cada  uno para fomentar su autoestima .  Un hijo no se sentirá menos querido o menos atendido en sus necesidades  si se le valora en su justa medida (y si así se hace con sus hermanos;  todos tenemos cosas buenas y menos buenas).
También tienen que hacer un esfuerzo por diferenciar preferencia y  amor, porque no es lo mismo tener más simpatía  o favor que tener más  amor. Si seguimos todos estos consejos, las posibles diferencias no  provocarán más que episodios de celos.
En cualquier caso, no resulta conveniente afirmar abiertamente que  se prefiere a un hijo antes que a otro u otros, incluso por poco que se  pueda disimular, por el bien de ellos. 
También por la que te puede caer encima si demuestras este “exceso  de sinceridad” en un ámbito público. Y si no que le pregunten a la  bloguera estadounidense Kate Tietje, prácticamente “linchada” en su polémico artículo por declarar que quería “un poquito más” a su hijo pequeño.
Como podéis imaginar, después de toda mi exposición no diré que quiero más a una de mis hijas.  Seguramente a veces estoy más contenta con alguna, o por distintas  razones estoy más pendiente de alguna (que no siempre es la misma). 
Pero a menudo les digo lo que les quiero (nos lo decimos), muchas veces a la vez, y espero que ellas 
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