A los seis meses de edad, los niños con alto riesgo de desarrollar  autismo ya presentan algunas diferencias cerebrales. Así lo desvela un  equipo de expertos de la University of North Carolina (EEUU) en un  artículo publicado en ‘American Journal Psychiatry’.
Según sus conclusiones, se observan anomalías relacionadas con la  cantidad y la organización de la sustancia blanca y con las  interconexiones cerebrales durante la primera infancia. “Nunca se había  estudiado en niños tan pequeños y con un seguimiento de dos años para  ver cómo evolucionan”, apunta Mara Parellada, psiquiatra infantojuvenil y  coordinadora de la unidad AMI-TEA atención integral a toda la población  con trastornos del espectro autista] en el Hospital Gregorio Marañón de  Madrid.
Dado que los síntomas del autismo suelen manifestarse después de los  dos años de vida, los autores de esta investigación querían comprobar si  el cerebro ‘esconde’ algunas pistas que puedan indicar antes el riesgo  de desarrollar este trastorno.
Para ello, seleccionaron a 92 niños que tenían hermanos mayores con  autismo (un factor de alto riesgo). Mientras dormían, se les realizaba  pruebas de imagen de resonancia magnética específica, a los seis meses y  a los 24. Además, también se sometieron a escáneres celebrales a los 12  y los 24 meses.
Al final del estudio, es decir, transcurridos dos años, 28 niños  (30%) reunían los criterios para diagnosticar un desorden del espectro  autista.
El resto, el 70%, no los cumplían. Como señalan los investigadores,  la diferencia entre los que finalmente desarrollaban el trastorno y los  que no, estaba en “la extensión de las fibras de materia blanca (las  vías que conectan las regionescerebrales) medidas por anisotropía  fraccional (FA).
El estudio examinó 15 tractos de fibras diferentes y encontró  significativas diferencias en 12 de ellas cuando se trataba de niños con  autismo. En los menores que presentaban el trastorno, la velocidad con  la que se organizaba la sustancia blanca era menor.
Para el principal responsable de la investigación, Jason Wolff, “esta  evidencia sugiere que el autismo afecta a todo el cerebro, no de forma  aislada a ninguna región en particular”.
Además, agrega, “este prometedor hallazgo es un primer paso hacia la  posibilidad de desarrollar un biomarcador de riesgo que mejore nuestra  actual capacidad de diagnosticar el autismo”. Esto aumentaría las  posibilidades de “interrumpir el proceso con intervenciones dirigidas”.
En esta misma línea la especialista española explica que “cuanto  antes se detecta el riesgo de autismo, antes se puede intervenir y  moldear el desarrollo cerebral del pequeño”.
No hay que olvidar que “es muy dependiente de la experiencia vital  (cuanto más joven, más plasticidad tiene) y, estimulándolo  adecuadamente, se puede cambiar la evolución.
Cada vez hay más evidencia de que identificando antes a los niños con  trastornos del desarrollo e interviniendo intensivamente, hay más niños  que no llegan a cumplir criterios de autismo
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