Los niños pequeños ven terribles amenazas donde los adultos vemos  cosas de lo más normales. Tengamos en cuenta que el miedo es un  necesario y saludable mecanismo de los seres vivos para protegerse de  estímulos desconocidos y potencialmente peligrosos. Y si encima esos  fenómenos se acompañan de una estimulación intensa (ruido fuerte,  colores estridentes, movimiento brusco, demasiada gesticulación...) es  normal que el niño los perciba como amenazadores y reaccione con  intensidad.
Cierta capacidad de miedo tiene una función positiva y protectora. Un  niño debe tener miedo al tráfico de coches y al fuego, por citar dos  temores útiles. Luego hay una serie de miedos más o menos fantásticos,  que aparecen en todos los niños y que normalmente desaparecen al cabo  del tiempo: miedo a ser devorado, a la oscuridad, a los personajes de  ficción... 
Hay que ser comprensivos
La  actitud de los padres ante estos miedos infantiles es importante. No  hay que regañarles por tenerlos, y no debemos burlarnos. Tampoco podemos  confiar demasiado en que las explicaciones lógicas les tranquilicen,  aunque no debamos renunciar a dárselas ("los monstruos no existen"). Así  que debemos admitir que estos miedos son normales, permitirles  expresarlos y ofrecerles nuestra atención y nuestro cariñoso apoyo.
Necesitan sentirse queridos
Al  expresar sus miedos y recibir una respuesta cariñosa y tranquilizadora  de sus padres, el niño cubre una necesidad básica, la de saber que no  está indefenso ante los peligros, reales o imaginarios, y que puede  encontrar abrigo frente a ellos. También hay que alentarle para superar  el miedo, elogiándole por ello (¡qué valiente!). Hay que darle  protección, pero también dejar que se aventure, en esta edad de intensa  curiosidad y exploración. 
Miedo a la oscuridad
En realidad es miedo a quedarse solo ante lo desconocido y sin el amparo de papá y mamá. Lo sufren la mayoría de los niños. 
Es mejor no dejarles solos llorando en su habitación, desapareciendo  hasta la mañana siguiente con la idea de que ya se les pasará, porque  con ello confirmamos su temor al abandono. Y en vez de acostumbrarles a  la oscuridad, lo que estaremos provocando es que le tengan más miedo. No  conviene que los llevemos a nuestra cama ni que nos quedemos con ellos  toda la noche. Lo que sí podemos hacer es volver a su cuarto de vez en  cuando para que comprueben que seguimos ahí, pero tratando de ampliar  progresivamente los ratos que son capaces de permanecer solos antes de  dormirse. La puerta abierta, una luz en el pasillo o un peluche que les  acompañe también serán de ayuda.
A los extraños
Ante  personas desconocidas o a las que ha tratado muy poco, el niño  reacciona aferrándose a papá o a mamá. No tiene nada de extraordinario y  no hay que enfadarse por ello.
Hay que entender que si una persona se acerca repentinamente al niño y  pretende tocarle o cogerle, este lo rechace. Incluso cuando llegan los  tíos o los abuelos puede aparecer esta reacción. No hay que tomárselo a  mal, sino respetar la distancia y el ritmo que el niño necesita. Lo que  procede es un acercamiento progresivo, sin forzar la cosas y dando  tiempo al tiempo. 
A personajes disfrazados
Se supone que los payasos son los amigos de los niños, pero a veces, a los más pequeños, maldita la gracia que les hacen.
Y es que sus maquillajes, sus movimientos, sus voces, sus ropajes y  zapatones no siempre son bien digeridos por los chiquitines. En cuanto a  sentarse en las rodillas de un Rey Mago, resulta demasiado fuerte para  algunos niños. No les forcemos más allá de donde deseen, respetemos las  distancias que necesiten y, si aun así lo pasan mal, dejemos circos y  cabalgatas para uno o dos años más adelante. 
A los ruidos fuertes
Los electrodomésticos (la batidora, la aspiradora) pueden ponerles los pelos de punta.
También pueden temer a los cohetes o a los truenos. Pero es que a  algunos también les asusta el teléfono, que suena a traición y en  momentos inesperados. Hay que evitar en lo posible los sonidos fuertes,  pero como no siempre es posible, podemos invitar a nuestro hijo a pasar  juntos el aspirador, a conectar y desconectar su interruptor para que  esa sensación de control le ayude a perder el miedo al ruido. Cuando  haya tormenta empecemos por estar nosotros relajados y alegres,  pongámonos juntos al lado de la ventana para contar los truenos y los  relámpagos...
A esta edad los niños se dan cuenta de que algunos animales son amenazadores, aunque no saben distinguir cuáles.
Los que no sean especialmente miedosos ni hayan tenido experiencias  negativas, perderán su miedo sobre los cinco o seis años. Mientras  tanto, podemos permitir que el niño observe a los animales a distancia  si no desea su proximidad, sin forzarle a ella. Pero es bueno que vea  cómo otros adultos y niños interactúan con perros y gatos. Si aceptan  acercarse en nuestra compañía al animal, perfecto; en caso contrario, no  les forcemos.
No  debemos utilizar sus miedos para controlarles: "Como no te portes bien  te dejo solo". Tampoco debemos recurrir a personajes fantásticos o  terroríficos para lograr la obediencia del niño, ya que su rica fantasía  confunde ficción y realidad. El "coco", la bruja y similares prenden  con gran facilidad en la mente de los niños, incluso sin que el adulto  lo pretenda. Si les decimos que si no se duermen vendrá el coco y les  comerá, realmente lo creerán... y no podrán dormir del temor. Querer  controlarles con ese fácil recurso es una práctica insana que puede  crearles verdaderos terrores desbordados e incontrolables.
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