miércoles, 4 de mayo de 2011

COMPORTAMIENTO INFANTIL

El castigo es un recurso más para educar a nuestros hijos, y se basa en el principio de que si obtenemos una consecuencia negativa de algo que hemos hecho mal, no lo volveremos a repetir. Pero éste no es el único recurso, de hecho, debería ser el último a utilizar.

Cada persona, padre o hijo es diferente. No existe una receta educativa que sirva para todos. La finalidad de este artículo es definir una base en la cual poder construir las paredes de la educación de nuestros hijos, aunque éstas puedan tener distintos colores.

Priorizar normas y conductas

En primer lugar, debemos preguntarnos qué normas consideramos importantes en nuestra familia. A algunos les parecerá prioritario no levantarse entre comidas, mientras que otros darán mayor importancia al ir a dormir solos. El hecho de hacernos conscientes de estas normas nos ayuda, como padres, a respetarlas siempre, y evita que un día las exijamos y otro día no. Cuando tengamos clara esta jerarquía, podremos exigirla a nuestro hijo, y él lo comprenderá.

Las normas se rigen por la brevedad y la claridad. Es mejor tener pocas que se cumplan, que demasiadas inalcanzables.

No queremos que el esfuerzo de educar a los hijos se convierta en un clima negativo, de prohibición y gritos. Por este motivo, debemos aprender a dar órdenes y a cumplirlas.

Dar una orden

Para dar una orden, debemos acercarnos al niño, colocarnos a su altura y asegurarnos que nos está escuchando, y pedirle lo que esperamos de él: Ven a comer. Debemos corregir situaciones como la de gritar desde el comedor: Juan, ordena tus juguetes, lávate las manos, avisa a tu hermano y venid a comer.  En este caso, estamos pidiendo más de una orden a la vez y sin mostrarles ninguna actitud por nuestra parte que favorezca lo que le hemos pedido.  Así, permaneceremos junto a él hasta que cumpla la orden. Antes de entrar en un conflicto, si no la cumple, le ayudaremos (p.e. le acompañaremos a la cocina). Al cabo del tiempo, lo hará solo. Cuando haya cumplido la orden, lo felicitaremos y le daremos la siguiente, si es necesario.

Nuestra actitud debe ser firme. Tenemos que  mostrar que creemos en todo lo que decimos y que aquello no es broma. No es necesario gritar ni enfadarse para que los niños sepan que lo que decimos o pedimos va en serio. Evitad las amenazas y las oraciones negativas como si no comes no iremos al parque. Es mejor cambiarlo por después de comer iremos al parque.

Paciencia y ser firmes

Debemos ser COHERENTES, CONSECUENTES Y PACIENTES. Coherencia en el sentido de mostrar siempre la misma actitud delante de los mismos comportamientos. ¿De qué sirve si un día le avisamos de que no nos gusta que se ponga de pie en el sofá, y al día siguiente le dejamos saltar en él?

La consecuencia se alcanza cuando medimos nuestras palabras y respetamos lo que hemos pronunciado. Una niña no quiere recoger los juguetes porqué desea ver los dibujos de la tele. Su padre le pide que recoja los juguetes y después podrá ver la tele. Insiste pero no hay manera. La niña termina viendo los dibujos y el padre recogiendo los juguetes. La interpretación de la niña es: “Si me niego a hacerlo, no pasará nada, al final podré ver la tele”.

La paciencia es la virtud de saber esperar, aunque al principio parezca que nuestros esfuerzos son inútiles. La educación no se aprende ni recibe en dos días, sino a lo largo de toda la vida.

Aún manteniendo una actitud firme, pedir claramente las cosas y ayudar a realizarlas, hay veces que no conseguimos que nuestros hijos obedezcan. En estas situaciones nos planteamos si debemos recurrir a alguna consecuencia más, como puede ser una amenaza, un grito o la pérdida de algo deseado.

Castigar como último recurso

El castigo es la obtención de una consecuencia negativa por alguna acción realizada. Se puede considerar castigo la pérdida de algo placentero (la atención, ir al parque, ir a una fiesta,…) o la recepción de algo negativo (palabras ofensivas, gritos, golpes,…). Es más recomendable utilizar un castigo en forma de pérdida que un grito o una bofetada, ya que estas últimas acciones pueden crear temor (no queremos educar por temor) y favorece el aprendizaje de la agresividad.

Ingnorar la conducta no deseada

Ignorar la conducta no deseada del niño es uno de los castigos por pérdida. Significa no mirarle, no acercarse a él ni hablarle mientras se comporte de aquella manera. En este caso estamos retirando nuestra atención hacia él, con el fin de transmitirle que aquello no nos gusta. Al principio, es posible que la conducta vaya a más, es decir, que el niño exagere para que volvamos hacerle caso. Pero, con paciencia, irá disminuyendo. Ignorar sólo se puede aplicar cuando lo que está haciendo no es peligroso. A medida que vaya disminuyendo su comportamiento, volveremos a prestarle atención y finalmente lo felicitaremos.

Retirar la atención

Hay veces que resulta imposible ignorar porqué hay más gente en aquella situación que le presta atención, o porqué su manera de actuar es peligrosa (p.e. está pegando a su hermana). Cuando nos encontramos en alguna de estas situaciones, es recomendable separar al niño de la situación y llevarle en algún lugar que esté solo, ni haya distracciones agradables (p. e no podemos dejarlo en su habitación jugando).

Retirar un juguete o actividad

Si con la retirada de atención no es suficiente, podemos retirar alguna actividad u objeto de agrado del niño. La retirada tiene que ser lo más cercana posible en el tiempo y de una durada determinada, en la cual, el niño aun recuerde y sienta lo que ha hecho mal. Es mejor aplicarlo con algún acontecimiento del día que esperar al fin de semana, y con actividades cortas.

Estos tres tipos de consecuencias (retirar la atención, ignorar la conducta o retirar un objeto) siempre tienen que ser advertidas antes de aplicarse, y, sobretodo, debemos acompañarlas de la enseñanza del comportamiento correcto y su posterior felicitación.

Mejor felicitar por lo bueno

No debemos olvidar que siempre es mejor felicitar por lo que hemos hecho bien, que castigar por los errores.

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