viernes, 19 de octubre de 2012

LOS NIÑOS Y SUS MASCOTAS


Alex quiere un dinosaurio
…es el título de la octava reimpresión del libro de Oram y Kitamura (FCE) que ya tiene casi 20 años de su publicación original en inglés. Y yo me pregunto por qué no leerle otra cosa a nuestros hijos.
El libro trata sobre un niño, Alex, que quiere un dinosaurio de mascota y que cuando lo obtiene, tenerlo le resulta mucho más complicado de lo previsto.
El libro no arranca mal. Alex sueña con tener una mascota distinta de las comunes (gato, perro o a lo sumo canario) que tienen sus amigos. Y hasta ahí venimos bien; añorar algo diferente y mejor es loable. También está bien el personaje del abuelo pata que lleva a Alex a una “dino-tienda” (aunque yo hubiera preferido que saliesen a buscar el dino en un viaje a través del tiempo).
Pero la llegada a la “dino-tienda” ya se hace más cuesta arriba. No contentos los autores con el hecho de que los nombres de las especies de dinosaurios son de por sí impronunciables, inventan las propias, volviendo el texto prácticamente ilegible.
Acto seguido Alex y el abuelo vuelven a la casa con Fred, nombre con que llaman al dinosaurio adquirido en la “dino-tienda”. En la casa, Fred hace destrozos en el jardín, el baño y la habitación del niño. También hace destrozos en la vía pública y la escuela.
En consecuencia, Fred es llevado al veterinario a ver si tiene algún problema y se le receta un paseo por el campo.
Alex y el abuelo acatan la recomendación y llevan a Fred al campo, donde Fred se contenta enormemente porque encuentra un pantano con otros dinosaurios. Alex no quiere dejarlo allí pero el abuelo aporta la nota de sabiduría ayudando al chico a entender que el dinosaurio está mejor en su hábitat.
Alex despierta al día siguiente y se da cuenta de que todo fue un sueño y de que prefiere tener un conejo de mascota.
Por si al lector le quedaba alguna duda de que adoptar a un dinosaurio era un mal plan, resulta ser que es además irreal e impensable… sólo un sueño. Lo que comenzó siendo un “sueño” en el sentido de anhelo o deseo (de tener una mascota diferente) acabó siendo un sueño en el sentido de fantasía de alguien que duerme.
El libro es para que los chicos que sueñan con tener dinosaurios dejen de soñarlo. Por esta razón sola, no me interesó. Me gustan más los libros donde todo es posible y no creo que haya el menor riesgo de que mis hijos confundan la realidad con lo que es verosímil en la literatura.
Habiendo dicho eso, la lectura es llevadera, los disparates que hace Fred son divertidos y los dibujos muy bonitos.
También hay otras lecturas alternativas (o complementarias) para los lectores de Alex…:
El tema de adoptar una mascota inconveniente es recurrente en la literatura infantil y ha dado libros muy estimulantes como por ejemplo Dailan Kifki de María Elena Walsh (Alfaguara). Es quizás para lectores un poco mayores que el público de Alex…, pero cuenta con un elemento que importa mucho más que la complejidad de las oraciones: ternura. También hay mucho en góndola para los que quieran leer sobre dinosaurios. Está Cuidado con el Dinosaurio de Jorge Accame (Norma) (misma historia: familia adopta un dinosaurio como mascota); El dinosaurio y sus amigos de Ricardo Mariño (Guadal); la serie de Jane Yolen y Mark Teague sobre Cómo hacen… las cosas los dinosaurios (Scholastic); El autobus mágico en tiempos de los dinosaurios de Joanna Cole (Scholastic); Danielito y el dinosaurio de Syd Hoff (Lectorum Publications); Aventuras de Sally y Sam: Un día con los dinosaurios de Neil Burden (Silver Dolphin), y El dinosaurio de Anna Milbourne (Usborne) entre otros.
Y hay una alternativa, mi favorita, para chicos de toda edad. En Donde viven los monstruos de Maurice Sendak (Rayo) no hay dinos ni adopción de mascotas exóticas, pero sí hay ‘monstruos’ -son los monstruos que viven adentro de uno y a los que les corresponde un tiempo para jugar con desenfreno y un tiempo para el orden autoimpuesto.
Mi hija de 3 años, a quien acabo de leerle Alex…, me dijo: “Alex perdió al dinosaurio. Ahora es mi turno. También quiero un pantano. En mi cama.” Por lo menos no dejó de soñar (en el sentido de desear algo) y, como después de cerrar el libro apagué la luz, mientras yo escribo esto, ella se estará yendo a soñar (en el segundo sentido, el de dormir). Por esas dos cosas, le agradezco al libro.

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