El modo en que los padres afrontan los caprichos
de los niños es determinante para cortar con este problema de raíz
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¡Quiero esto y lo quiero ya! Las continuas exigencias de los niños se vuelven a menudo extremas y dan lugar a situaciones incómodas, con berrinches y rabietas, que perturban el ambiente familiar
Aunque ser caprichoso es algo muy frecuente en los pequeños de corta edad, el tratamiento que den los padres a esta actitud desde el primer momento es determinante para que no se prolongue en el tiempo.
A medida que el niño crece, sus caprichos son más reflexivos
No valora lo que tiene y siempre quiere más . Estas dos características sirven para definir a grandes rasgos al niño caprichoso, aquel que es incapaz de reprimir sus deseos y exige todo el tiempo la satisfacción de estos por parte de los adultos. Cuando son más pequeños, en torno a los dos o tres años, los caprichos se reclaman de súbito, de una forma irreflexiva que responde a un impulso concreto al ver determinado objeto o alimento y es una actitud más bien generalizada, que se puede considerar normal.
Sin embargo, a medida que el niño crece, los caprichos se tornan más reflexivos y responden más que a un impulso, a un conocimiento previo de que cualquier cosa que pida, se le concederá. Si se ha llegado a este extremo, es porque no se ha actuado de forma correcta a tiempo y se ha optado por una actitud permisiva constante, carente de normas y límites ante las continuas exigencias de los niños.
Cinco rasgos del niño caprichoso
Es obstinado y tozudo, capaz de recurrir a berrinches, rabietas y otras formas de llamar la atención para conseguir lo que desea, si se le ha negado de forma previa.
No es capaz de apreciar y satisfacer los deseos y necesidades de los demás, es egocéntrico y casi todo gira en torno a sus caprichos y antojos de cada momento.
En general, es un niño infeliz e insatisfecho que solo muestra una actitud tranquila a los pocos momentos de ver satisfechos sus deseos, ya que enseguida se cansa y vuelve a reclamar algo nuevo.
No valora las cosas, de modo que con frecuencia es descuidado con ellas porque sabe que puede conseguir más con facilidad.
Conseguir todo lo que quiere con muy poco o ningún esfuerzo le impide apreciar el valor del trabajo, de la disciplina y de los buenos comportamientos.
Siete consejos contra los caprichos
La buena noticia es que a un niño caprichoso se le puede corregir, siempre que se rectifiquen los comportamientos inadecuados que han llevado a esa situación. Estas son algunas de las principales recomendaciones que apuntan los especialistas para evitar que un niño se vuelva caprichoso o para conseguir que deje de serlo:
Enseñarle a ser consecuente con sus caprichos: es preciso que el niño entienda la diferencia entre capricho y necesidad. Si se cede ante un juguete, hay que evitar sustituirlo por otro en cuanto se aburra; tendrá que conformarse con ese por una larga temporada. Si se cede ante cualquier antojo de alimentación, hay que procurar que no lo deje nunca sin terminar, aunque descubra que su sabor no es el que esperaba. De este modo, la próxima vez se pensará algo más las cosas antes de pedirlas.
Poner normas y límites a tiempo: las normas y límites ayudan a los niños a saber lo que deben y lo que no deben hacer. Y cuanto antes se utilicen, mejor las entenderá. Para evitar los caprichos diarios, se han de instaurar determinadas rutinas como comprar chucherías solo los domingos o regalar un juguete en un momento u ocasión especial (cumpleaños, buenas calificaciones, etc.).
Técnica del despiste: con los más pequeños, la solución más rápida y efectiva para evitar las situaciones incómodas en las que reclama un capricho es aplicar la técnica del despiste, es decir, buscar una alternativa que no responda a sus antojos, pero que sea atractiva para distraerle y hacerle olvidar el objeto de deseo.
Todos por igual: es importante que la labor de educar para evitar los caprichos se lleve a cabo de la misma forma por parte de ambos progenitores. Si uno de ellos siempre se muestra más permisivo que el otro, es probable que el niño termine por acudir siempre a él ante una negativa de un capricho que, al final, se le concederá.
Cuidado con las excepciones: es habitual que determinados familiares o amigos adultos sean más permisivos con los niños y cedan a sus caprichos. No hay que prohibirles esta actitud, pero sí es necesario hacer entender al niño que son situaciones excepcionales, que no se debe exigir lo mismo en todas las ocasiones.
Trabajar las recompensas: cuando el niño tenga un capricho, se le puede imponer la realización de una tarea concreta o el logro de un determinado objetivo para poder conseguirlo. De esta forma, aprenderá a apreciar el valor del esfuerzo por obtener las cosas y, en muchos casos, se dará cuenta de si la necesidad de poseerlo era real o no.
Buscar otras alternativas: en ocasiones, los caprichos son tan solo una forma de reclamar mayor atención por parte de los adultos. Por eso, la mejor alternativa al capricho es muchas veces una recompensa inmaterial que represente una forma de pasar más tiempo con el pequeño. Cambiar un paquete de patatas por un buen rato con una madre o un padre en el parque puede ser la solución adecuada para muchos niños.
chenlina20160709
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