miércoles, 28 de abril de 2010

NIÑOS JUGUETONES


Toda madre que espera un hijo desea antes que nada que sea sano y normal; y la mayoría de las veces la salud de un bebé no depende tanto de su estado psicofísico general al nacer sino de cómo es criado.

Un niño nace con un temperamento básico que es la forma única y particular en que va a asimilar la experiencia; por lo tanto los hijos de una misma pareja son todos diferentes aunque sean educados de la misma forma; y según como sea cada uno recibirá también un trato distinto.

Las relaciones humanas son muy complejas y tendemos a establecer siempre los mismos vínculos, y esta condición puede afectar a alguno de nuestros hijos y no a otros, de acuerdo a cómo sean.

Un niño aprende la mayor parte de las cosas que conocerá en su vida desde que nace hasta los cinco años, y este aprendizaje queda grabado profundamente porque se adquiere en una etapa del desarrollo que está estrictamente vinculada a las necesidades afectivas.

Todo aprendizaje ligado a una carga afectiva queda profundamente arraigado en forma permanente. Posteriormente se podrá, con esfuerzo trascender esta limitación que tenderá a desplazarse hacia otras áreas de la vida, obstaculizándolas.

No podemos tratar a todos los niños de la misma forma porque cada niño es único y además naturalmente nos vincularemos con ellos de distinta forma.

Una madre siempre sobreprotege al hijo más débil y esta manera de actuar puede afectar a los más fuertes.

Siempre el abandono es más devastador que la sobreprotección, pero también esta conducta materna dificulta el normal desarrollo de un niño.

No solamente un niño sufre abandono si se lo deja en un portal; porque también puede sentir abandono en el momento del destete.

Por esta razón, el amamantamiento deberá reducirse de a poco y por lo menos, como mínimo, debería mantenerse como alimento único hasta los seis meses, siendo la recomendación más apropiada continuar hasta el año y aún hasta los dos años, incorporando de a poco otros alimentos.

La sobreprotección siempre es rechazante. Parece una paradoja pero no lo es. La madre que sobreprotege, inconscientemente rechaza al niño por alguna razón y la sobreprotección que ejerce esa madre es la consecuencia de la culpa que siente por ese sentimiento de rechazo.

Encontrar el punto medio para criar a un niño no es fácil. La disciplina demasiado severa y rígida no permite la independencia y atenta contra la creatividad, en tanto que la falta absoluta de límites puede acarrear todavía peores consecuencias.

Todo niño necesita reglas lo suficientemente flexibles como para no coartar su libertad pero que no se rompan.

La falta de un marco de referencia para actuar puede afectar seriamente la personalidad de un niño que queda expuesto al riesgo de adoptar otros parámetros no deseables.

A diferencia de los adultos, los niños no tienen nada que perder y pueden jugarse más que sus padres para salirse con la suya.

A un adulto le resulta más difícil que a un niño cumplir sus propias reglas y aunque parezca absurdo, son los padres los primeros en transgredirlas.

Toda causa produce un efecto, toda acción una reacción. Los niños aprenden por experiencia esta ley natural por ejemplo cuando tocan algo que no deben, que está caliente.

Se puede enseñar a los niños desde pequeños los problemas que pueden evitar sin necesidad de que aprendan quemándose.

Los valores se aprenden a esta edad y no tanto de las enseñanzas sino de los ejemplos.

Un padre transgresor tendrá un hijo que se atreverá a ser aún más audaz que su padre, porque los niños no se identifican con lo que sus padres son sino con lo que sienten que deberían ser.

Un niño pequeño parece tan indefenso, tan inocente, creemos que su inteligencia no funciona, que no ve, no oye, no entiende; sin embargo los niños sienten, oyen, comprenden a su manera desde que están en el útero materno.

No los subestimemos y no esperemos para educarlos cuando sean grandes; porque será demasiado tarde

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