lunes, 2 de enero de 2012

NIÑOS REBELDES

Ni las órdenes ni los ruegos dan buenos resultados. Es preciso replantearnos nuestro rol frente al niño y encontrar maneras de elaborar simple y eficazmente las broncas cotidianas para que no se conviertan en motivos de frustración.
Cuando aparece la frase “Mi hijo no me hace caso” se produce uno de los choques más grandes entre los criterios de crianza de los padre por un lado y de los especialistas por el otro.
Despojadas de su contexto, esas palabras develan sólo una queja, pero si las reinsertamos en situación podremos analizar ciertas razones ocultas en ella. En principio describiremos el mecanismo de comunicación donde se produce.
- Percibe visualmente con ni¬tidez a unos 20 centímetros de distancia. - Prefiere observar los rostros humanos y reconoce las caras...
Que hacer con los niños rebeldes
El padre indica, pide u ordena al hijo. El niño se niega, resiste, huye o hace frente a su interlocutor. El adulto piensa en la necesidad de presionar al chico, pues su autoestima no le permite aceptar que un niño le “gane”. Surgen las amenzas y los regaños donde la respuesta puede ser igual o peor (rabietas, insultos).
La situación descontrola al padre en posición de igualdad con su hijo, semejando dos niños enfrentados por un capricho. La indefensión del niño frente a los mayores determina en general la victoria de los más grandes, pero a un alto costo: agotamiento, odio mutuo, sensación de frustración e impotencia en ambos.
Se ha jugado una escena en la que el respeto es el objetivo (“No puede ser que me falte el respeto…”) donde la relación padre-hijo suele representar la última trinchera (“Que el chico no me respete es lo último que me podría pasar…”). Detrás subyace otra escena con todas las faltas de respeto y maltratos padecidos por el padre en su infancia y en el presente cotidiano, en su trabajo, la calle, en su relación con jefes y subordinados, etcétera.
Con estos conceptos no se desea señalar la culpa de nadie ni recargar las tintas sobre los problemas  de los adultos. Los hijos  demandan, exigen y cuestionan las presuntas faltas de sus mayores y no se conforman fácilmente. Otros tipos de respuesta tampoco dan, a veces, buenos resultados. Se puede’ abandonar el terreno y ceder totalmente o entrar en larguísimas explicaciones intelectuales, donde se busca el voto de conformidad del hijo, aún en cuestiones francamente incomprensibles para su edad.
El resultado es el mismo: frustración, agotamiento y sensación de fracaso. La pregunta a formularse es: “¿Cuál es la razón de la imposibilidad de los adultos de mantener un rol y lugar distintos a los de su hijo?” Bajo esta pregunta late el reconocimiento de la línea de separación existente entre padres e hijos.

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