jueves, 11 de marzo de 2010

MIEDOS INFANTILES

Paula tiene un bebé de siete meses que, hasta dos semanas antes, dormía plácidamente y se iba contento con cualquiera. Ahora la llama todo el rato y, si no acude, tira el chupete o el juguete que tenga entre las manos, obligándola a recogerlo y dárselo una y otra vez. Por las noches también se despierta mucho y llora. Entonces Paula lo toma en brazos y le dice que se tranquilice. Una tarde, su suegra le dijo: “Ten cuidado, no lo acostumbres mal. Si lo coges cada vez que llora, te hará siempre lo mismo”. Paula contestó: “No creo. Si llora es porque algo le pasa. Y si quiere que yo esté cerca, ¿por qué no lo voy a hacer?”. Ella misma se asombró de su respuesta. Sabía que su suegra se lo decía pensando en el bien del niño, pero intuía que estaba equivocada. Aunque Paula no se dio cuenta, había aplicado lo que había leído sobre el desarrollo psicológico del niño durante su primer año. Era una madre informada y eso le había servido para sentirse más segura sobre su bebé.

Madurez infantil

Sobre los ocho meses (puede ser antes o después), el bebé comienza a tener actitudes que pueden inquietar a sus padres. Llora mucho con los extraños, se vuelve miedoso, se queja y llama a su madre. No es que le duelan los dientes; tampoco tiene mimos o mal carácter. Lo que le sucede guarda relación con un momento muy importante en la construcción del psiquismo humano: se angustia porque la conquista de su independencia le lleva a registrar que se separa de su madre. El psicoanalista René Spitz explicó la “angustia del octavo mes”: los bebés sufren cuando la cara que ven no es la de la madre. Es decir, tienen miedo a los extraños. La madre es alguien a quien ama y, al sentirla diferente a él, advierte que se pueden separar y teme perderla.

Mientras el bebé se siente uno con la madre, se cree también seguro, en un paraíso donde tiene lo que necesita. Pero cuando descubre que su progenitora es una persona distinta, comienzan los peligros, representados por las personas extrañas que los puedan separar. Comienza así a adquirir un mayor discernimiento, lo que implica un desarrollo del “yo” y un nivel intelectual superior. Los estímulos exteriores se vuelven más específicos. Antes no diferenciaba a familiares y extraños; ahora sí. Cada persona es única, su mamá se puede ir y esto le produce ansiedad. Es normal que en esta etapa se despierte por la noche y llame. Teme que la madre haya desaparecido. Cuando lo haga, hay que acercarse a su cuna y tranquilizarlo con la menor luz y ruido posibles y volverse a la cama. El bebé sólo quiere comprobar que su madre está cerca, que no ha desaparecido. Esta actitud le da confianza. Así sabe que se puede volver a quedar solo, pues más tarde recuperará a ese ser tan querido.


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