lunes, 8 de marzo de 2010

PROBLEMAS EN LOS HIJOS

La pereza en el niño se manifiesta por una ausencia de reacción ante los diversos estímulos y se caracteriza por la tendencia a seguir siempre la línea del mínimo esfuerzo.

Lo normal es que la pasividad sea una reacción más o menos pasajera ante determinados acontecimientos que han desbordado las posibilidades del niño al considerarse incapaz de lograr ciertos objetivos que considera muy difíciles o inalcanzables para él.

Las reacciones de pereza, pasividad y dimisión van en la misma línea que las reacciones de oposición, aunque son de signo contrario. La oposición es una conducta activa, mientras que la dimisión es pasiva.

El niño o el adolescente perezoso se muestra incapaz de reaccionar en todos los campos. Rehúsa cualquier esfuerzo físico o intelectual; a veces pierde el apetito; se hace menos comunicativo; duerme poco o mal y presenta diversos síntomas. Todos ellos con el mismo denominador común de la inseguridad. Los padres súper protectores y permisivos son los principales causantes del aprendizaje de conductas pasivas y en consecuencia de los hábitos de pereza privándoles de realizar casi todas las cosas por ellos mismos.

Origen depresivo

La depresión, en cuanto estado de ánimo que comporta esencialmente una disminución del tono psíquico y de la actividad física e intelectual, conlleva pasividad, va asociada a dificultades intelectuales y contribuye a fomentar o propiciar la pereza. Es decir, que a la pereza también se llega desde la depresión. El niño o adolescente con un temperamento deprimido tiende a presentar ciertas señales que no le impide llevar una vida dentro de la normalidad, pero que se caracteriza por un rápido desánimo y una permanente necesidad de ser alentado y estimulado. Casi siempre pasa por perezoso, pero en realidad es un niño tendente a los estados depresivos y por lo tanto debe ser tratado como tal.

Los padres y profesores observarán en estos casos un brusco descenso en el rendimiento escolar, falta de apetito, frecuentes crisis de lágrimas, rechazo de la diversión y de los juegos.

Pero debemos tener cuidado para no equivocarnos. Un estado depresivo se esconde algunas veces tras la máscara de una actividad tan desordenada y agitada como ineficaz e incomprensible. El diagnóstico y tratamiento debe correr, en todo caso, a cargo del psicólogo.

No confundir con lento

Es de capital importancia que padres y educadores profundicemos en este enunciado y comprendamos que los niños se desarrollan a distinto ritmo y con mayor o menor rapidez en las distintas esferas y niveles. Hay, por tanto, un amplio rango de diferencias enmarcadas dentro de lo normal.

Sin embargo, se dan muchos casos de niños que presentan un desarrollo lento bastante marcado, ya sea en lo físico, en lo intelectual o en lo emocional, afectivo y social. Esta lentitud puede conducir a encontrar especiales dificultades en la adaptación escolar. Las exigencias son cada vez mayores y las dificultades de los temas aumentan continuamente las presiones sobre el niño lento que, al no terminar las tareas de clase ni las pruebas de examen tan pronto como sus compañeros, se le clasifica como perezoso y en bastantes ocasiones como torpe.

El niño de desarrollo lento logra los mismos objetivos y adquiere los mismos conocimientos que un niño con nivel normal de actividad si le dejamos más tiempo para la realización de tareas y trabajos sin que por ello descienda el nivel de eficacia.

Pautas a seguir

1. Reforzar los patrones de una conducta activa. Si se desea mejorar o aumentar determinadas acciones en el niño, conviene que a una conducta deseada le siga una recompensa.
2. Infundir ánimo, confiar en él y estimularlo a superarse combinando bien las sugerencias que se le hacen. Apreciar las dificultades que entraña para un perezoso ser más activo y, al mismo tiempo, alabarlo calurosamente por cada pequeño logro, mostrando orgullo por sus nuevos éxitos.
3. La fórmula adecuada es acercarse cada día un poco más al objetivo deseado. Enseñarle a cumplir un plan previamente trazado, de fácil ejecución, pero que se ha de seguir a «rajatabla». Evitar prestar atención a las conductas perezosas, sólo a las activas y esforzadas.
4. Proporcionarle modelos activos que no se dejan vencer por la pereza, y que el niño perezoso compruebe las consecuencias negativas del comportamiento perezoso, claramente perjudiciales para él, y las ventajas de que goza el sujeto activo, dinámico y muy esforzado.
5. Enseñarle habilidades de conductas más diligentes y activas. Hacer demostraciones de cómo se ha de iniciar de inmediato la acción y cómo programarse para aumentar la rapidez y, sobre todo, la efectividad.
6. Siempre ha de resultarle provechoso el comportarse de manera más solícita, activa, diligente y participativa, y hay que procurar que no saque ningún beneficio de la conducta pasiva y perezosa.

Retrato robot

  • Apatía y desinterés emocional generalizado. El niño se muestra indiferente a todo. La risa y el llanto casi brillan por su ausencia.
  • No sabe describir qué es lo que le pasa ni a qué atribuir el estado de ansiedad que le aqueja con relativa frecuencia.
  • Permanece indiferente tanto a los premios como a los castigos y se siente incapaz de realizar el menor esfuerzo físico, y sobre todo, intelectual. La pereza escolar siempre está presente.
  • Se muestra inhibido. El desarrollo mental parece como si se paralizara y la maduración afectiva queda bloqueada. Evidentemente, a este estado de cosas siempre van ligados los trastornos de la memoria, de la atención y también de la concentración.
  • Aparecen los miedos y temores paralizantes.
  • Miedo a fracasar no sólo por la propia historia llena de fracasos y que se alimenta en el bajo concepto de sí y en el sentimiento de la propia incompetencia, sino miedo a seguir en este callejón sin salida porque no encuentra la manera de obtener ni tan siquiera unos pequeños éxitos que alivien su ansiedad y permitan reavivar la confianza en su propia capacidad.
  • En los niños más sensibles y sometidos a la autoridad la reacción es la timidez. En el polo opuesto se encuentran los violentos y reaccionarios que no soportan su incompetencia y se vuelven coléricos y desafiantes, tercos y en algunas ocasiones hasta celosos.

El niño popular y líder
por Bernabé Tierno

Una de las primeras características del niño popular y bien integrado en su grupo es el gozar de un alto nivel de autoestima.

Para ser aceptado por los demás y ser tenido como líder, es necesario dar una imagen de seguridad y de firmeza y tener ideas muy claras sobre lo que se ha de hacer y lo que no se ha de hacer y cuál es el camino a seguir.

Esta clara sensación de seguridad, que caracteriza al niño popular, se manifiesta también con toda evidencia en un estado de felicidad total y de complacencia en los propios actos.

Buen observador

Otra cualidad muy destacada en el niño popular, bien integrado, aceptado y casi aclamado por sus propios compañeros, es la de hacerse rápidamente una idea clara de las personas que acaba de conocer. Es decir, que intenta formarse una primera impresión básica del otro niño para saber a qué atenerse y cómo comportarse. Para ello escucha sus palabras, estudia sus gestos, su voz, sus actitudes, su timidez o su valentía.

Basándose en las conclusiones a que ha llegado tras la primera impresión, responde a las acciones y conductas de manera inteligente. Prueba conductas que agraden y refuercen las actitudes positivas del interlocutor y trata de averiguar el agrado o desagrado en las expresiones y sentimientos de los demás. Si no obtiene los efectos deseados, el niño popular interpreta de inmediato los deseos y gustos de su oponente y corrige sobre la marcha.

Este tipo de niño actúa casi siempre de manera muy inteligente, ya desde los primeros encuentros, pues con todas las pistas que ha encontrado sobre el sujeto que acaba de conocer, en breves instantes se ha formado una imagen exacta de su personalidad y se ha trazado un rápido plan de acción.

Estas habilidades sociales que permiten a un niño «caer bien» a los demás hasta convertirse más tarde en popular y líder, en parte son innatas y vienen dadas por la simpatía natural, el atractivo físico, las aptitudes intelectuales, etc. Pero en mayor medida son adquiridas desde el nacimiento.

Hacer amigos

El niño popular es sobre todo un niño que sabe hacer amigos, y ya decíamos al principio que la imagen que tiene de sí mismo juega un papel importantísimo. Pero sabemos que esa auto imagen está formada por lo que los demás ven realmente en él y por lo que él mismo piensa que ven.

Si los padres, amigos, hermanos y familiares le han aceptado desde su infancia y le han sabido valorar y reconocer sus cualidades en lugar de recalcarle a cada momento lo defectuoso y limitado que es. Sin duda su nivel de autoestima será bueno y no tendrá graves dificultades en hacer amigos y el pensar que si en su entorno más próximo se le acepta, no hay razones por las que no se le deba aceptar socialmente.

Por el contrario, si en el círculo familiar y escolar se socava la seguridad en sí mismo con constantes críticas y rechazos y se le hace sentir poca cosa, inepto e inferior, la imagen pobre de sí mismo que ha ido formando, le hará comportarse ante los demás de manera insegura, angustiada y a la defensiva. No se encontrará a gusto consigo mismo, tendrá graves dificultades para relacionarse con otras personas y se sentirá totalmente incapaz de hacer amistades.

El niño líder y popular que sabe ganarse amigos es afectuoso y comprensivo, pero jamás se deja pisar y sabe ser fuerte y firme haciéndose respetar. Es esa fe en sí mismo y el saber respetar y exigir respeto lo que le hace verdaderamente popular y digno de confianza para la gran mayoría de sus compañeros y familiares.

Pautas a seguir

Para que el niño llegue a ser popular y líder:

1. Jamás hagas críticas destructivas y negativas sobre el comportamiento del niño. Esté muy atento a alabar y reconocer cuanto tenga digno de alabanza.
2. Enséñele a ver las cosas desde el punto de vista de los demás. Que aprenda a ver las razones que pueden haber inducido a sus amigos a comportarse de esta o aquella manera.
3. Hágale ver que somos humanos, con defectos; que todos nos equivocamos y que es bueno ser tolerantes en ocasiones y darles a los demás la oportunidad de intentarlo de nuevo.
4. Hágale demostraciones y enséñele con ejemplos las diferentes maneras de comportarse socialmente. Por ejemplo, cómo comportarse cuando llegan invitados.
5. Enseñe a su hijo los criterios por los que las personas se sienten atraídas. La proximidad proporciona una excelente oportunidad de hacer buenos amigos.

Retrato robot

  • Se muestra interesado por los demás, es sensible y fuerte al mismo tiempo y sobre todo generoso y magnánimo con los demás.
  • Es abierto, claro y directo en sus expresiones. Siempre dice lo que piensa. Es más bien activo y sobre todo participativo y necesita el contacto social.
  • Ayuda a los demás y les presta atención, aprobación y afecto. Es un poco paternal defensor del débil e intransigente y duro con los hipócritas y los que se aprovechan de su superioridad.
  • Es muy sensible a las propuestas sociales, al sacrificio por causas justas, al dolor y a la opresión.
  • Siempre es un fiel compañero que jamás falta a su palabra. Poder contar con su amistad es un valor seguro.
  • Siempre tiene a mano “alternativas” para sus acciones. El auténtico líder raramente recurre a los puños. Es psíquicamente muy fuerte y se apoya sobre todo en razones. Un auténtico líder no es fanfarrón No necesita serlo. La fanfarronería es la muestra más clara de inseguridad y debilidad.
  • Es bastante sereno y sabe ver las cosas desde el punto de vista de los demás. Sopesa cuidadosamente las razones de las conductas ajenas.
  • Siempre encuentra una solución a las situaciones problemáticas Mientras los demás se quedan bloqueados y sin saber qué hacer ante un problema del tipo que sea, el niño líder no tarda en encontrar con gran habilidad y sensibilidad una alternativa válida.
  • Sabe mantener la calma y contagiar la tranquilidad a los demás. Hay una fuerza que dimana de su interior que transmite seguridad y gran confianza a los demás sin llegar a proponérselo.


La encopresis
por Bernabé Tierno

La encopresis es trastorno que se manifiesta por la persistente eliminación voluntaria e involuntaria de heces de consistencia normal o casi normal, en ambientes no adecuados, según el entorno sociocultural del individuo. Es, por tanto, un acto de defecación involuntaria que no se puede atribuir directamente a una enfermedad orgánica. Más claramente, encopresis es “la perturbación en la regulación de la evacuación intestinal”.

Para realizar el diagnóstico, hemos de eliminar antes la existencia de alguna causa orgánica como: diarrea, megacolon, colon irritable, etc.Cuando se conoce la causa somática que produce el trastorno, se le denomina incontinencia fecal o encopresis orgánica.

Diferentes clases

La edad en que el niño suele haber controlado los esfínteres en nuestro medio sociocultural es hacia los tres o cuatro años, como sucede con la enuresis. Por eso, es a partir de esta edad cuando, si el niño no controla todavía los esfínteres, podemos hablar de encopresis funcional.

Se distingue entre encopresis diurna (durante el día), que es la más frecuente, nocturna y mixta. También hay que distinguir entre encopresis primaria o continua cuando el niño no logró jamás el control de esfínteres. Se atribuye a una inmadurez funcional que impide la adquisición de los hábitos de limpieza normales.

La encopresis discontinua, que es la que padecen aquellos niños que habían logrado el control de los esfínteres y luego lo perdieron.

La encopresis asociada, cuando va unida a otros síntomas psicopatológicos como: enuresis, coprofilia (jugar con las heces y untar otros objetos o untarse a sí mismo con ellas), oposicionismo, trastornos emocionales y conductas antisociales.

En cuanto a la incidencia de la encopresis: es menos frecuente que la enuresis (entre un 1 y un 3% de la población total). Se da más en niños que en niñas y hay mayor incidencia en las clases socioeconómicas más bajas así como en los deficientes profundos. En estos últimos es de tipo orgánico y va asociada a otras alteraciones.

Causas principales

La encopresis parece estar relacionada con situaciones de estrés, ansiedad, falta de ajuste escolar, familiar o social. Los rasgos psicológicos más comunes y característicos del sujeto encoprético son: pasividad, baja tolerancia a la frustración, inmadurez afectiva, agresividad inhibida, etc.

Como ocurre con la enuresis, debemos distinguir entre el control del acto mismo de la defecación una vez que se ha iniciado (en cualquier punto de la secuencia desde la ingestión del alimento) y la falta de respuesta ante determinadas señales situacionales.

1. Control del acto de defecación: Cuando se está entretenido haciendo cualquier cosa y se siente necesidad de defecar, si no se presta atención a esas sensaciones naturales y se acude al baño, con el tiempo, esas sensaciones se pierden por no hacerles caso. Llega un momento en que el recto pierde el control muscular y se produce una defecación desbordada y abundante. Si se repite con cierta frecuencia se llama encopresis. Es el mismo intestino quien se acomoda a la retención de las heces a través del ensanchamiento que comienza sobre el esfínter anal y conduce al estado conocido como megacolon.
2. Causas externas de la encopresis Si la madre no acostumbra desde un principio al niño a defecar, animándolo a hacerlo en el baño y cuando note las sensaciones naturales de hacerlo en ese momento, se produce la encopresis continua. Si la madre es agobiante y siempre muestra su preocupación al niño por el tema de la defecación y él lo llega a percibir se produce encopresis discontinua. Para el niño normal, la eliminación intestinal es fundamentalmente agradable, pero la madre forma al niño en un grado de aversión suficiente y la defecación la realiza sólo en el lugar apropiado.

Las madres de los encopréticos o bien son demasiado flexibles en sus métodos de entrenamiento, de manera que la defecación sigue siendo una actividad agradable sin un mínimo de aversión necesaria, o son demasiado coercitivas, de manera que el acto de defecar se asocia siempre a un gran disgusto.

Hay, por tanto, dos tipos de encopresis resultantes de entrenamientos demasiado laxos y permisivos o también de entrenamientos demasiado severos.

Parece bastante claro que el logro de la continencia fecal es una habilidad compleja en la que intervienen la relación madre-hijo, la capacidad de responder ante las señales naturales, tanto por parte de la madre como del niño, consistencia del entrenamiento, etc.

Terapia a seguir

Una técnica muy utilizada es la del condicionamiento operante. Consiste fundamentalmente en una serie gradual de sesiones de entrenamiento recompensando la eliminación de las heces en el lugar y momento más apropiados.

Al principio se les coloca en el sanitario alrededor de cuatro veces al día con diversas recompensas por la ejecución adecuada.

Después se hace un cambio en el sentido de autocontrol y se le pide al sujeto que sea él mismo el que vaya al sanitario y se le recompensa por ello. Debe hacerse un registro cuidadoso y cuantitativo de la incontinencia y de la defecación adecuada.

También se utiliza el castigo (consecuencias negativas asociadas a la defecación en lugares o momentos inaceptables), por ejemplo, lavando él mismo la propia ropa que acaba de ensuciar o aislándole durante unos minutos. El castigo se utiliza combinándolo con refuerzos positivos de conductas deseadas.

Son aconsejables también los entrenamientos en la limpieza con práctica positiva y empleando modelos de conducta adecuada, que sean atractivos para el niño y que él considere fáciles de imitar.

Los padres y educadores deben tener en cuenta los problemas de baja autoestima, sentimientos de ridículo y vergüenza y retraimiento social que caracterizan al niño encoprético. En el proceso de aprendizaje del control intestinal es de capital importancia la función que desempeña la madre y el tipo de relaciones y exigencias establecidas de antemano con el medio ambiente.

La base del tratamiento, además de lo dicho, es controlar que el niño no obtenga beneficios secundarios por su conducta, como mayor atención de sus padres, mimos, regalos y atenciones.



La hora de la comida
por Bernabé Tierno

Al principio la madre no es para el niño otra cosa que quien le proporciona alimento. Madre es igual a comida y placer. Es hacia los seis o siete meses cuando el bebé distingue a su madre de otra mujer.

El destete afectivo que suele tener lugar al tiempo que el alimenticio se ha de producir de manera gradual y lenta pero progresiva, ya que el niño tiene que sentir que él es algo distinto de su madre y no forma cuerpo con ella.

La ausencia de la madre puede producir los mismos efectos que un abandono. La pérdida de la madre-alimento puede vivirla el niño de forma angustiosa si no se hace de manera gradual.

Conviene que el biberón sustituya al pezón, que lo sostenga el niño con sus manos cuando sea mayorcito y que vaya notándose a sí mismo, paulatinamente como ser distinto a la madre. La mejor manera de superar el destete afectivo y alimenticio sin traumas es proporcionar al niño nuevos estímulos y novedades que capten su atención. A medida que se van despertando sus sentidos y facultades hay que interesar al niño por todo lo que le rodea y que la madre deje de ser el centro de atención y la persona que acuda de inmediato a sus llamadas y llantos toda pesarosa y mimosa.

No al mimo excesivo

Una buena madre ha de saber renunciar al mimo excesivo, permitir al niño que llore de vez en cuando y que compruebe por sí mismo que puede seguir subsistiendo sin que su mamá acuda al momento, etc... Lo que importa es que el niño no vea que siempre puede manejar y preocupar a su madre con llantos y rabietas exageradas.

Un buen momento para iniciar una cierta separación física del niño con su madre es cuando se le empieza a dar alimento con cuchara. Es muy recomendable que sea otra persona quien realice este cometido alternando con la madre o de manera exclusiva. Así aprenderá rápidamente a distinguir entre madre y alimento.

Llamar la atención

Sí la madre no conoce perfectamente los mecanismos psicológicos que subyacen en la relación de dependencia madre-alimento-hijo, fácilmente se dejará llevar por su amor y preocupación maternal en la primera ocasión en que vea que el niño se niega a comer, porque ha descubierto que la manera más segura de captar la atención de su madre y de preocuparla es negarse a comer, o comer con lentitud, para tenerla más tiempo pendiente y ocupada contemplándole.

Este tipo de niños descubrieron desde muy pequeños que no había otra forma mejor de satisfacer sus caprichos y tener preocupados a sus padres que convertir el momento de la comida en su momento estelar: “A la hora de comer yo soy la estrella, todos están pendientes de mí y eso es estupendo”.

Cuando un niño descubre que una determinada conducta atrae la atención de sus padres y que esa conducta les preocupa y condiciona, la utilizará en lo sucesivo como chantaje. En el caso de la comida es la forma más habitual en que los niños de cualquier edad se convierten en negativistas.

«Tienes que comértelo todo», dice la madre de entrada. Entonces el pequeño, prueba a no comérselo todo o tardar dos horas en comer para experimentar y ver qué es lo que hace su madre. Si comprueba que la madre insiste una y otra vez, se enfada, se inquieta y hace un problema de que el niño coma menos y además le cuenta a familiares y amigos «el problema que tiene el niño».

Soluciones al problema

1. Interesa, sobre todo, saber prevenir, es decir, que la madre desde los primeros meses y el primero y el segundo año de la vida no se manifieste jamás angustiada porque su hijo come más o menos, ya que el niño captará esta preocupación y tratará de explotarla para seguir teniendo a su madre más pendiente de sí. Lo más fácil, por tanto es prevenir, educar al niño adecuadamente respecto al acto de alimentarse. Es una necesidad fisiológica, y, si deja al niño que siga sus deseos naturales, satisfará sus necesidades alimentarias cuatro veces al día sin ofrecer más problemas.
2. Cuando ya esté avanzado el problema porque los padres enseñaron al niño a convertirse en el centro de atención a la hora de comer, sólo hay una forma correcta de que el niño vuelva a comer sin causar problemas, y es apartarlo de los padres durante una temporada y que nadie se ocupe de prestar la más mínima atención sobre si come o no come. Que pase unos días con algunos familiares que no se anden con mimos o que se quede a comer en el colegio y, en todo caso, que los padres se convenzan de verdad de que el problema lo han causado ellos con su conducta y tomen la firme resolución de no prestar la más mínima atención a si come o no. Que el hambre se imponga a los deseos de llamar la atención.
3. Además de lo anterior, ofrecer al niño otras alternativas de ser importante y de atraer la atención de sus padres, ya sea alabando y prestando atención a otras cualidades y conductas positivas o fomentando de manera directa un comportamiento más esforzado y deseable que ha de ir logrando el niño de manera gradual. Los padres deberán recompensar en todo momento todas las aproximaciones que haga el niño a esa conducta nueva y positiva que desean fomentar.
4. No limitarse, por tanto, a ignorar la conducta negativa de hacer un problema la hora de comer, sino por el contrario procurar dirigir la atención y los refuerzos hacia conductas positivas que sirvan de alternativa al niño para saciar sus deseos y necesidad de sentirse importante y atendido por sus padres... siempre que la conducta sea, por supuesto, digna de atención.



La integración del niño minusválido
por Bernabé Tierno

En la actualidad se prefiere el término minusválido a otras denominaciones como deficientes, disminuidos, retrasados, incapacitados, anormales. Es mejor emplear el término genérico de minusvalía en lugar de los otros que se han venido empleando hasta no hace tanto, porque así se evitan las etiquetas segregacionistas y las connotaciones peyorativas.

En realidad, la minusvalía es la situación de desventaja que padece un individuo a consecuencia de una deficiencia o una discapacidad que lo limita y le impide el desempeño del rol que sería normal en su caso, en función de su edad, sexo y factores sociales y culturales.

Diferentes tipos

Para una mayor claridad, podemos agrupar las minusvalías en cuatro grupos, según su causa y localización.

1. Sensoriales: ciegos, sordos e hipo acústicos.
2. Del aparato psicomotor.
3. Mentales: deficiencias mentales.
4. Causadas por una enfermedad interna crónica, como tuberculosis, asma, diabetes, cardiopatías.

En cuanto al grado de intensidad, pueden ser:

1. Minusvalía ligera: permite una independencia de la ayuda exterior y un desarrollo máximo de todas sus posibilidades.
2. De gravedad media: tiene grandes posibilidades de rehabilitación y permite, mediante ayuda especializada, la integración profesional y social.
3. De gravedad importante: no permite adquirir el suficiente grado de independencia y autonomía y precisa la ayuda constante de una persona que atienda a las más elementales necesidades.

Necesidades básicas

La percepción que tiene de sí el minusválido tiende a ser diferente, ya que se percata de que los demás (que no padecen minusvalía) le ven como diferente. Esto influye, sin duda, en sus posibilidades de integración social.

Las necesidades básicas del minusválido son las mismas que las de todos los demás.

  • Fisiológicas: propias de la supervivencia.
  • De seguridad (protección, estabilidad...).
  • De pertenecer a un grupo y de amar y ser amado.
  • De autoestima y de ser valorado por otros.
  • De actualizarse y desarrollarse de acuerdo con las propias posibilidades.

Hay casos en que el niño minusválido tiene un desarrollo físico lento, pero las necesidades psicológicas y de integración social no participan de esa lentitud, por tanto, será un tremendo error considerarlo psicológicamente como un niño pequeño.

Sentimientos adversos

Un gran peligro en todo minusválido, si no logra llenar o compensar las necesidades básicas a que hemos aludido, está en que fácilmente puede generar sentimientos de frustración y presentar alguna de las siguientes conductas adversas.

  • Negación de su propia incapacidad o minusvalía.
  • Darse por vencido de antemano, sin luchar (resignación o abandono).
  • Sentirse víctima de injusticias, con reacciones de hostilidad hacia los demás y hacia sí mismo. Las consecuencias pueden ser tremendas.
  • Rechazar todo tipo de ayuda o pedirla de manera arrogante, agresiva.
  • Pensar que su minusvalía es un castigo divino para él o para su familia.
  • Atraer sobre sí mayores atenciones y cuidados al comportarse como un minusválido total.

Evidentemente, poco o nada se puede hacer en favor de la integración de un minusválido dominado por una o varias de las conductas reactivas adversas que acabamos de enumerar. Por tanto, lo que hay que hacer es contrarrestar en lo posible estas reacciones adversas.

Hay que empezar porque el niño minusválido conozca en la mayor profundidad posible la naturaleza y extensión de su minusvalía. No importa tanto el tipo de discapacidad y el grado de intensidad cuanto la actitud psicológica del sujeto y la auto imagen o percepción que tiene de sí mismo.

Por eso, cuando se trata de niños minusválidos que no pueden todavía conocer la naturaleza de su minusvalía, ni sus límites, son los padres y educadores quienes deben asumir con decisión y confianza la tarea de esforzarse por lograr esa mayor autonomía. La confianza y el tesón con que lo hagan se transmitirán a los niños y generarán en sus voluntades el vigor necesario para el esfuerzo y para aceptarse y superar las dificultades que puedan surgir en su futura vida de adultos.

Métodos de ocupación

Existe un trabajo fundamentalmente terapéutico con dos variantes:

  • La primera, conseguir con la educación física y la gimnasia el dominio del cuerpo y también de los gestos.
  • La segunda, el trabajo-ocupación poco sistematizado, repetitivo y de bajo nivel, sin necesidad de gran esfuerzo.
  • Actividad organizada para aprender a expresarse y dominar una materia.
  • Observación y orientación. Se propone un abanico de aprendizajes limitados y se les orienta para que elijan por sí mismos.
  • Trabajo esencialmente productivo en dos variantes: La preparación directa y concreta para la práctica de una profesión. Se trata de conducirle al ejercicio de una actividad normal. Trabajo protegido, cuando la capacidad de trabajo y de relaciones sociales es inferior a lo normal.

Pautas a seguir

1. Valore siempre sus capacidades y sus pequeños logros.
2. Contacto físico cariñoso pero no proteccionista. El niño percibirá su minusvalía como la perciban sus padres y los demás. Si lo desespera, él se desesperará, si le considera como sujeto valioso, así se percibirá él.
3. Enséñele a tener conciencia de sí, a sentir y a querer su cuerpo.
Anímele a conseguir toda la independencia y autonomía de que sea capaz.
4. Poco a poco entrénele para que soporte cierto grado de frustración.
5. Hágale ver que hay varios tipos de discapacidades, que él no es único y que todos tenemos más o menos limitaciones.
6. Déle ocasión de hablar de sus problemas, que diga lo que siente y no se los guarde para sí.
7. Proporciónele distintos modelos a imitar para que se identifique con el que más le guste. Si, por ejemplo, se identifica con un jugador de baloncesto, anímele a parecerse en esas otras cualidades que completan a las físicas, como pueden ser su simpatía, honestidad, camaradería, etc., o cualquier otra virtud a su alcance.



Niños con dislexia
por Bernabé Tierno

Todos los especialistas en el tema, de forma unánime, definen la dislexia como «la dificultad en el aprendizaje de la lectura y de la escritura, a pesar de contar con un desarrollo normal».

Desde una óptica escolar, se podrá definir como «la dificultad que presentan determinados alumnos, normalmente escolarizados, sin perturbaciones sensoriales aparentes y con una inteligencia media o superior, a la hora de aprender a leer y a escribir o en el intento de dominar ambas técnicas. Esta dificultad produce un retraso escolar en el alumno que se manifiesta, sobre todo, en el área lingüística».

Las dislexias son trastornos que se revelan en los procesos de identificación, reproducción y comprensión de los escritos. Estas dislexias se detectan a través de la lectura oral y del dictado pues observaremos que el niño se muestra incapaz de reconocer palabras, sílabas o letras (dislogías) y no logra reproducirlas por escrito o verbalmente (disgrafías y dislalias).

En el dictado se detectan fácilmente porque los errores ortográficos están bien definidos. También se puede detectar con facilidad al observar omisiones de letras o incluso palabras completas.

Diferentes clases

Las dislexias se clasifican en varios tipos: de dicción (seseo, ceceo,...) de ritmo (tartamudeo), de articulación (centrales, periféricas y funcionales), de fonación y de interpretación. Son los especialistas en los problemas del lenguaje quienes deben hacer el diagnóstico adecuado.

Nosotros nos ocuparemos de las dislexias de articulación llamadas funcionales, que son de cuatro clases:

  • Por sustitución, es decir, el cambiar una letra por otra como decir, «ahoda» por «ahora» (d por r).
  • Transposición: La letra salta de lugar como «Grabiel por Gabriel», «cocholate por chocolate»...
  • Omisión: Se elimina una letra (ejemplo: mare por madre).
  • Inserción: Se añade una letra intrusa (corredo por correo, bacalado en lugar de bacalao).
  • Distorsión: Se produce una confusión y falta de claridad que dificulta la comprensión y entendimiento del habla.

Síntomas evidentes

Para que padres y profesores puedan detectar una dislexia y poner remedio a este trastorno acudiendo lo antes posible al especialista, describimos a continuación los síntomas más comunes.

  • La lectura se caracteriza por la falta de ritmo, por la lentitud, por la respiración sincrónica, por la no comprensión de lo leído, el unir las palabras al azar y no marcar la puntuación, y el equivocarse pasando de una línea a otra y a veces seguir leyendo como si tal cosa. También por la confusión de letras de configuración análoga, entre las vocales: la a con la o. Entre las consonantes la p y la b, la d y la p, la p y la q, y la g y la p. También hay confusión entre vocales y consonantes como la u y la n. El niño no distingue bien unas formas de otras ni la diferencia según su disposición en el espacio.
  • Se dan asimismo omisiones de letras finales de palabras.
  • En las sílabas tienen lugar las inversiones dentro de una misma palabra, como «gato por toga», y también en las letras que forman la sílaba, como «toro por otro».
  • Las mismas alteraciones se encuentran en las palabras completas, sustituyendo una palabra por otra parecida.

Causas principales

Como vemos, el niño disléxico muestra una lectura alterada, plagada de confusiones, omisiones e inversiones.

Las teorías sobre la dislexia son muy diversas, y por tanto se formulan otras tantas hipótesis sobre las causas. Enumero a continuación las más importantes:

1. Neurológicas, es decir, por disfunción cerebral mínima. Hay daño o alteración en alguna zona del tejido nervioso cerebral.
2. Emotivas, por inadaptación familiar, escolar o social del alumno.
3. Asociativas, por la incapacidad para asociar el estímulo visual (grafía) con su correspondiente (fonema) y también con su equivalente semántico.
4. Socioculturales, por trastornos de la personalidad.
5. Metodológicas, por métodos inadecuados para enseñar a leer y escribir.
6. Auditivas, por mala discriminación de los fonemas.
7. Cognoscitivas, porque el disléxico tiene dificultades en comprender y discriminar los conocimientos imprescindibles en el aprendizaje lector: fonemas, grafías, palabras...

Diagnóstico y tratamiento

Todo niño disléxico ha de ser tratado por especialista, como ya se ha dicho. El será quien llegue hasta las causas y valore los síntomas y propio tiempo realice un doble diagnóstico: preventivo y curativo.

El diagnóstico preventivo tiene una edad óptima entre los cuatro y los cinco años, tratando de averiguar el grado de madurez del niño en las habilidades relacionadas con la lectura y la escritura aprendizaje formal.

El diagnóstico curativo se realiza una vez que el niño ya ha comenzado el aprendizaje formal de lectura y de la escritura. Tendría lugar hacia los seis años.

Antes de iniciar la reeducación del fundamental que el diagnóstico curativo contemple estos tres aspectos:

1. Exploración y análisis del trabajo escolar alumno en la lectura, la escritura, la expresión y también la comprensión.
2. Análisis del grado de inteligencia y aptitud específicas, observando la capacidad para integrar series, para orientarse en el espacio y en el tiempo, percepción y discriminación visual y auditiva, etc.
3. Tipo de personalidad del alumno: inseguro, tímido, nervioso, mal integrado en el grupo, etc.

Estos tres aspectos se han de tratar y relacionar a un mismo tiempo para llevar a cabo la reeducación del disléxico. El programa reeducador ha de comprender: unos objetivos generales que abarcarían todo el curso. La capacidad para percibir y discriminar diversos tipos de grafías podría ser un objetivo general.

Los objetivos concretos serán semanales o quincenales. Uno de ellos podrá ser, pongamos por caso, realizar ejercicios para distinguir la g de la p.

Las actividades específicas serían las que de manera directa ayudarían a lograr ese objetivo de entre toda una serie de grafías parecidas, como la b, p, q, g, d... y rodear con un círculo todas las g y enmarcar en un cuadro todas las p.



El alcoholismo infantil y juvenil
por Bernabé Tierno

Aunque se sigue utilizando el término alcoholismo, los especialistas hablan de «enfermedad alcohólica» cuando se dan las siguientes condiciones: existencia de adicción al etanol y pérdida de control sobre el uso de bebidas alcohólicas, ya sea respecto a la posibilidad de dejar de beber como de hacerlo sólo de manera moderada.

En la base de las dos condiciones referidas existe una dependencia fisiológica.

El alcoholismo no limita su problemática a lo estrictamente individual y psicológico, sino a la manera en que afecta al ámbito social en que se inserta el sujeto que padece la enfermedad alcohólica. Por tanto, siendo graves las consecuencias que esta enfermedad comporta para el propio sujeto, no lo son menos los problemas que acarrea a la sociedad, que acompaña al alcoholismo y forman parte sustancial del propio trastorno.

Factores desencadenantes

  1. No se ha podido probar un posible factor de herencia biológica, aunque sí puede decirse que se aprende a ser alcohólico, imitando competiciones estúpidas entre adolescentes o entre adultos que desempeñan el papel de duros. Se trata de averiguar «quién aguantará más tiempo» bebiendo, para probar a los demás y a sí mismo que se es «un hombre».
  2. Es mucho más frecuente en hombres que en mujeres, aunque en la actualidad la cifra aumenta progresivamente, cada vez son más las mujeres alcohólicas.
    Se apuntan varias causas sobre este incremento del alcoholismo en la mujer. Unas se refieren al hecho de alternar y copear de manera más frecuente al haber accedido la mujer a puestos de responsabilidad junto al varón. Otras ponen el acento en la situación de soledad en que se encuentran muchas mujeres en el hogar al llegar a una edad en que los niños ya no las necesitan tanto y el marido está ocupado en su trabajo demasiadas horas.
  3. No se conoce un perfil claro de factores psicológicos que dé una personalidad emparentada con el alcoholismo; sin embargo, sí se puede afirmar que el bebedor tiene tendencias depresivas y eufóricas alternativas y muy bruscas, es casi siempre muy inmaduro y dependiente, con una baja autoestima y acusados rasgos de infantilismo. Por no llevar la contraria a los compañeros y no ser considerado «poco hombre», muchos adolescentes se hacen los machos y empiezan a beber hasta caer en el alcoholismo.
  4. Los factores sociales ya han quedado apuntados en perfecta interacción con los psicológicos. El tímido, el apocado, el indeciso, no es capaz de abrirse camino en la sociedad, de presentarse ante los demás si no es estimulado por grandes dosis de alcohol ingeridas en un breve espacio de tiempo.

En gran peligro

Por lo demás, como no hay festejo o reunión familiar o de otro tipo que no se celebre si no es con alcohol, este se ha convertido en una necesidad como facilitador de las relaciones humanas. A mi juicio, ahí se encuentra uno de los mayores peligros.

El abuso ocasional o esporádico del alcohol produce la embriaguez común o borrachera por un estado de intoxicación aguda. Según el grado de intoxicación, se observan distintos síntomas que se presentan gradualmente:

Primera fase: sensación de euforia, locuacidad, extroversión, búsqueda de contacto afectivo, disminución del autocontrol. Aparecen las faltas de respeto y las indiscreciones.

Segunda fase: aliento alcohólico, enrojecimiento del rostro y de la conjuntiva del ojo, pupilas dilatadas, náuseas, vómitos, descoordinación motora (tambalearse), temblores, pronunciación torpe, disminución de la agudeza sensorial y reflejos, irritabilidad y desmadres en cualquier aspecto.

Síndrome de dependencia del alcohol es el consumo abusivo asociado a la dependencia en su vertiente física y psíquica. Conlleva la noción de pérdida del control sobre el alcohol y la compulsión o deseo irrefrenable a beber. A medida que se acentúa el síndrome de la dependencia del alcohol se observa lo siguiente:

Adquisición de conductas ritualísticas en la forma de beber. El beber deja de ser acto libre. Ahora se bebe por cualquier motivo o sin motivo.

Aumento de la tolerancia a un consumo cada vez mayor de alcohol.

Aparición de síntomas de abstinencia, náuseas matinales, alteraciones del sueño, inestabilidad motora, alucinaciones y deliriums.

Ingestión de alcohol por la mañana (como desayuno) para evitar y prevenir las desagradables molestias del alcoholismo, que es ya crónico.

Secuelas físicas

Son todas aquellas alteraciones que el alcohol va produciendo en órganos y tejidos de manera progresiva.

  1. Ulcera gastroduodenal. Desde que se empieza a abusar del alcohol y a partir de la gastritis inicial se llega hasta la úlcera.
  2. Disminución progresiva de las células sanguíneas, afectación de la médula ósea, anemia, etc.
  3. Posibles lesiones (no tan seguras) como endocarditis, diabetes, pancreatitis, etc.
  4. Cirrosis hepática que termina siendo la primera causa de muerte en casi todos los alcohólicos crónicos.

Tratamientos

Evidentemente, el tratamiento se ha de adecuar a cada caso en particular. La primera medida ha de ser prevenir. Cuanto aquí decimos lo hacemos con clara intención de que los padres y adolescentes conozcan las causas y los efectos del alcoholismo y eviten por todos los medios caer en él.

Si el alcoholismo es grave se impone rápidamente la hospitalización.

Los clubes de alcohólicos anónimos son muy recomendables y siempre se ha de potenciar la curación con el tratamiento psicoterapéutico (psicólogos psiquiatras).

Las técnicas de modificación de conducta, que consisten básicamente en la creación condicionada de estímulos aversivos al alcohol están resultando muy eficaces.

Los programas preventivos del alcoholismo tienen dos objetivos:

  1. Controlar la oferta de las bebidas alcohólicas, luchando contra intereses económicos y de otro tipo que dificultan el control.
  2. Propiciar la acción de la educación sanitaria, extensible también a la escuela, la familia, la empresa, etc.

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