martes, 19 de enero de 2010

POR QUE SON MALOS LOS NIÑOS

A cuántos padres de familia no conocemos que visitan la escuela de sus hijos por lo menos cada 15 días para quejarse amargamente del compañerito de banca de su hijo y de los malos tratos que le propina? Y los escuchamos decir: “Maestra, usted no me puede decir que ese niño no es malo; ¿ya vio lo que le hizo a mi hijo?”

Este tipo de declaraciones reflejan la indignación que los adultos sienten frente a los comportamientos de ciertos niños, pero también representa la añeja creencia de que existe una crueldad innata en algunos individuos. De acuerdo con el sicoanalista francés Claude Holmos, nadie nace cruel o pasivo ni defensor de los débiles ni asesino notorio. Ningún niño nace “malo”, pero tampoco hay un niño que nazca civilizado. En el comienzo de nuestras vidas todos tenemos un funcionamiento síquico que está verdaderamente lejos de las reglas de la vida en sociedad.

Civilizado se hace, no nace

Todo niño se encuentra dominado por instintos, por deseos. Si tiene ganas de alguna cosa, la toma. Si tiene ganas de pegar, pega. El niño no se puede resistir a sus impulsos, ya que la necesidad de satisfacerlos es irreprimible. Esta dependencia de ese deseo natural es aún más determinante cuando el niño se encuentra dominado por la necesidad de los pequeños de obtener la mayor cantidad de placer lo más rápido posible. El niño se siente cargado de un sentimiento agudo de ser todopoderoso: se considera como el centro y dueño del mundo. Sin la ayuda de los adultos, el niño no tiene ninguna posibilidad de evolucionar. Para ayudarlo hay que educarlo enseñando todas las implicaciones que esto acarrea y que no se limita a lecciones de moral o transmisión de valores. Educar supone una vigilancia de la criatura en todo momento.

En efecto, se trata de enseñarle, en el día a día, las reglas de la vida civilizada que él ignora y que no puede descubrir por sí mismo. Entre humanos podemos pensar y decir lo que queremos, pero no podemos hacer todo lo que nos venga en gana. No podemos agredir a los demás, o hacerlos sufrir, y mucho menos matarlos. Las diferencias no se arreglan a golpes, sino hablando. No tenemos derecho de arrebatar los bienes que no son nuestros ni podemos quedarnos con los juguetes de los demás.

Por ejemplo, la sexualidad está sometida a reglas; está prohibida entre niños y adultos, y entre los miembros de la misma familia. Por lo tanto, hay que cuidar que la relación con nuestros hijos tenga reglas muy claras y que no esté cargada de sexualidad. Los niños no tienen por qué dormir con sus padres, o bañarse con ellos.

Pero el trabajo de los padres no se limita a enseñarles a sus hijos las reglas. Deben, una vez que las conocen, hacer que los niños las respeten y sancionarlos si no las cumplen. Es necesario mostrarse firmes, inclusive si la infracción parece anodina, situación frecuente cuando el niño es aún pequeño. “Es verdad que mi hijo robó, pero solamente fue un paquete de chicles”. La gravedad de una desobediencia no debe medirse sobre la importancia o no del objeto agraviado. Este tipo de comportamiento es un medio (inconsciente) que tiene el niño para medir si el límite impuesto por el adulto es verdaderamente tan importante como se le dijo. En el caso de que se le castigue, el niño comprueba que esas reglas son importantes. En el caso contrario, el niño ya no sabe a qué atenerse y las palabras pierden efecto en él.

Enseñar las reglas, imponer su respeto, sancionar las transgresiones. ¿Esas cosas bastan para civilizar a un niño? La respuesta es ¡no! Si nos quedamos en ese plano la educación sería sólo un condicionamiento. Pero los padres, gracias a las reglas, podrían normalizar sus comportamientos.

Sin embargo, dice Holmos, el objetivo de la educación es otro, ya que el niño debe transformarse desde lo más profundo de sí mismo. Una transformación difícil, puesto que los instintos agresivos, sádicos, etcétera, se encuentran en lo más profundo del ser humano. La cuestión no es extirpar estos impulsos en el niño, sino que éste pueda operar en él mismo las transformaciones interiores que le permitan no tener que actuar sus impulsos.

Primero que nada, esto supone que debe humanizar su concepción del mundo. Es decir que debe integrar tres nociones esenciales: 1) El valor de la vida humana. Este concepto solamente lo puede entender si el niño, a través de la relación con sus padres, ha podido tomar conciencia de su valía. Solamente si se siente valorado podrá concebir que los demás lo son.

2) La existencia del otro y de su posible sufrimiento. Es posible que el niño sea consciente de esta noción si ve que sus progenitores lo toman en cuenta en su relación con él y entre ellos. ¿Qué representa el dolor de un ser humano para un niño que todos los días recibe golpes, o que ve cómo su padre golpea a su mamá?

3). La importancia de la ley. Un niño no es capaz de respetar las reglas hasta que comprende que no solamente son una fuente de frustraciones, sino que protegen su vida y la de los demás.ludaros@prodigy.net.mx Directora de la página de internet www.muypadres.com Su último libro: Sea un papá afectivo y efectivo, de Grupo Editorial Norma

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