Jugar en libertad, de forma espontánea, resulta imprescindible para que los niños tengan un adecuado desarrollo físico, psíquico y emocional. Por muchas razones.
Silvia Cándano. Asesora: Sonia Moreno, psicopedagoga
En contra de lo que a veces pensamos, jugar no es sólo un entretenimiento para losniños sino también una necesidad. Y es que jugando desarrollan sus capacidades cognitivas, afectivas y sociales, comprenden cómo es el mundo y se integran en él.
Ahora bien, esto es así cuando los pequeños tienen la oportunidad de practicar el juego libre, espontáneo. La razón es que en la primera fase de su infancia (hasta los 7 años) tienen que desarrollar al máximo su imaginación y su creatividad, porque estas capacidades constituyen la base de facultades racionales más complejas, que les permitirán no sólo tener un rendimiento óptimo en el colegio, sino también convivir sin problemas con los amigos y la familia, asimilar cada nuevo aprendizaje y resolver los posibles conflictos a los que tengan que enfrentarse en su día a día.
Por todo ello, además de proporcionar a los niños juguetes adecuados a su nivel de maduración (porque despiertan su curiosidad, estimulan sus sentidos, mejoran su atención...), es necesario que los padres les procuremos todos los días un ratito para jugar “a su aire”, en una libertad controlada para que no se hagan daño (el quid está en vigilarlos sin que nos vean), pero dejándoles hacer “lo que se les ocurre”.
¡Cuántos beneficios!
Y si este juego espontáneo se disfruta fuera de casa, en un parque o en una plaza, y con otros niños, mejor todavía, porque sus beneficios se multiplican. Y es que al jugar de esta manera los peques, además de pasar un rato estupendo, ganan mucho en todos los aspectos.
Hacen ejercicio físico, lo que además de perfeccionar su motricidad fina y gruesa, favorece el crecimiento y el fortalecimiento de sus huesos, contribuye a mejorar sus capacidades cognitivas (atención, memoria...), les ayuda a canalizar el estrés positivamente, los mantiene alejados del sobrepeso, les abre el apetito y les ayuda no sólo a conciliar antes el sueño, sino a que su descanso sea más reparador.
Ensayan estrategias de grupo (se emparejan para jugar al “pilla, pilla”, se ayudan para hacer una casita, hacen equipos para jugar al fútbol...), lo que constituye un buen entrenamiento para descubrir lo que es trabajar en equipo.
Aprenden a hacer turnos. O lo que es lo mismo, a esperar (algo básico para que vayan siendo más pacientes y no se desesperen cuando no consiguen lo que desean al instante) y a respetar al otro (una enseñanza fundamental para la convivencia).
Desarrollan la creatividad al inventar juegos nuevos y al crear sus propias reglas. En este aspecto también aprenden a resolver conflictos, a opinar, a ceder y pactar... Y a entretenerse solos un rato sin aburrirse.
Descubren sus propias habilidades, lo que mejora la confianza en sí mismos y refuerza su autoestima.
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