En su habitación, los niños suelen realizar diversas actividades: lectura, los deberes escolares, juegos, dibujos, dormir… La iluminación debe poder adaptarse a cada uno de estos momentos diferentes.
Cuanta más luz tenga una habitación infantil, mejor será para su energía y su desarrollo personal. Sin embargo, y concretamente en invierno, la luz natural no es suficiente, y hace falta encender las lámparas para que el niño juegue, o haga sus deberes en las mejores condiciones. Entonces, es el momento de colocar diversas fuentes de luz, que permitan delimitar con distinción los diferentes espacios.
La iluminación más sencilla de gestionar es la que dispone de un reostato: luz intensa para unos ojos activos, luz suave para momentos de calma. Una lámpara halógena es fácil de montar y de colocar en algún lugar discreto de la habitación. También permite, por la mañana, difuminar la luz, para que sea menos violenta, y el despertar se haga con mayor suavidad.
La iluminación de una mesa de estudio también es importante. Si la mesa de escritorio todavía no sirve para hacer los deberes, puede utilizarse para dibujar, o modelar plastelina… La iluminación mejor es aquella que procede del día, entrando por el lateral izquierdo de donde estamos situados. Pero, cuando el sol se acuesta, la luz artificial debe tomar el relevo. En este caso, la iluminación debe ser intensa, y que difunda suavemente algo de luz por los laterales.
La iluminación cerca de la cama depende de la edad del niño. Si el hijo es pequeño y necesita una lamparita para dormirse, existe en el mercado una infinidad de modelos, para mantener en vela una luz muy suave y que no perturbe el descanso del niño. Para aquellos niños de mayor edad, y que les gusta leer en la cama, es mejor utilizar una lámpara lo suficientemente fuerte para que no se tengan que forzar los ojos, y se pueda apagar fácilmente desde el cabecero.
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