martes, 7 de febrero de 2012

FORMACIÓN DESPERTAR DE LA CONCIENCIA

Formación de la conciencia: el bien y el mal (entre los 8 y los 12 años)

Formación de la conciencia
El bien y el mal: despierta la inteligencia moral


Con el despertar de la razón, nace también la conciencia moral. Entre los 8 y 12 años los hijos son especialmente sensibles para asimilar personalmente los criterios morales y para descubrir qué es lo bueno y qué es lo malo, y actuar en consecuencia.

     Para los niños el bien y el mal es lo que sus padres llaman así. Sin embargo, en la adolescencia los padres dejan de ser el único referente moral de sus hijos y si éstos no saben por qué los actos son buenos o malos, pueden desorientarse. Por eso es que entre los 8 y 12 años es una edad clave para ayudar a que cada hijo asuma personalmente los criterios morales que entregamos los padres. 
     Ésta es una etapa aparentemente fácil en cuanto a la educación moral, pues los niños pequeños tienden a portarse como se espera de ellos, a obedecer reglas porque sí, a no cuestionar lo que los mayores señalan como lo bueno y lo malo.  Sin embargo, aprovechando la autoridad moral de los padres es que hay que desarrollar en ellos una “inteligencia moral” con la cual hagan propios los criterios enseñados.

El despertar de la conciencia
     Al llegar a los ocho o nueve años, se produce un gran desarrollo en el sentido moral de los niños. Esto se debe, en primer lugar, al desarrollo de su inteligencia y a su creciente poder de interiorización, es decir, de asimilación de lo que ven y de lo que se les dice. Además, a esta edad crece su participación en nuevos escenarios y papeles: van al colegio y a actividades extraescolar, entrando en contacto con otros chicos que tienen unos referentes diferentes a los suyos; son más independientes y autónomos. Empiezan entonces a sopesar y analizar los motivos y las consecuencias de sus acciones y sus conciencias se tornan más coherentes. Finalmente, a esta edad los niños desarrollan la capacidad de considerar varias alternativas para resolver un problema y pueden mirar las cosas desde el punto de vista del compañero o del amigo.
     Considerando su etapa de desarrollo y sus nuevas habilidades y capacidades, podemos educar la formación de su conciencia moral en diferentes aspectos.

Las reglas
     A esta edad, a los niños les gustan mucho las reglas y normas, pues notan que son necesarias y que hay que vivir conforme a ellas. Incluso las aplican con gran rigor en sus juegos. Para potenciar esto, debemos en primer lugar esforzarnos por cumplir nosotros también las reglas de la casa y las normas cívicas. El ejemplo es gran formador de la conciencia: si hay que hablar poco tiempo por teléfono por si alguien trata de llamar, ¿por qué la mamá habla tanto tiempo? Si en la casa hay que cuidar las cosas ¿por qué papá pone los zapatos sucios sobre la silla o mesa? ¿Qué ven los hijos cuando mamá o papá estaciona el coche en un lugar exclusivo para inválidos u otra acción que el niño considera mala?
     Además del ejemplo, hay que explicar algunas de las reglas que tiene la familia, tanto las de convivencia -como puntualidad a la hora de comer- como las morales -en casa no se habla mal de nadie, por ejemplo-. De esta forma el hijo las entenderá y, por tanto, se sentirá obligado a vivirlas.
     No hay que olvidar que los pequeños retos apasionan a los hijos de esta edad: ellos quieren actuar bien. Con un poco de motivación, podemos aprovechar esa característica para que adquieran buenos hábitos, como ponerse a estudiar a la hora, decir siempre la verdad, ordenar sus cosas, ser respetuoso.
     Cuando en la casa la disciplina y exigencia van acompañadas del ejemplo y el cariño, los hijos asimilan personalmente los criterios familiares y las enseñanzas morales. Si por el contrario abundan las amenazas, se exige una obediencia a ciegas o se nota una incoherencia entre lo que se hace y lo que se exige, al llegar la adolescencia esas normas y reglas serán puestas en tela de juicio.

La edad de los por qué
     Desde que nacen, empezamos a enseñar buenos hábitos a los hijos (sería absurdo pretender que sean sinceros sólo cuando comprendan por qué deben serlo, sin haberlo ejercitado nunca). Pero a esta edad podemos ir explicando por qué son  buenas o malas determinadas conductas.
     Y es que si hasta entonces nos impresionaba la cantidad de “por qués” que surgían de los niños –¿por qué se esconde el sol? o ¿por qué se murió el abuelo?-, ahora es el momento para que los padres entreguemos nuestros propios “por qués” a los hijos en casos concretos como: ¿por qué no se puede copiar en un examen?, ¿por qué hay que devolver lo que le quitaste a un compañero? o ¿por qué no se pueden hacer ciertas bromas?
     Esos “por qués” también hay que entregarlos en materias delicadas como ¿por qué defendemos el derecho a vivir de un niño no nacido?, ¿por qué los hijos necesitan nacer dentro matrimonio y no de padre o madre solteros?, ¿por qué la mujer y el marido deben ser fieles?, etcétera.
     También hay que considerar que los niños pueden juzgar el valor moral de un acto por su aspecto exterior o por su resultado moral. Por tanto, para formar su conciencia es preciso hacerlo remontar hasta la intención, pues es ahí, más que en el aspecto o en las consecuencias, donde reside la moralidad de un acto.
– Rompiste ese plato: ¿Por torpeza? ¿Por rabia?
-Acusaste a un compañero de copiar en clase: ¿Por querer ver como lo castigaban? ¿Por amor a la justicia? ¿Para que no vuelva a hacerlo?
– Mentiste: ¿De broma? ¿Para evitar un castigo? ¿Para darte importancia?
–Desobedeciste: ¿Porque no oíste? ¿Porque se te pedía algo demasiado difícil? ¿Porque te crees mayor para estar obedeciendo?

Los modelos
     Los niños también regulan su conducta según lo que observan: al juzgar comportamientos de otras personas (principalmente de sus padres y profesores) se van formando una idea de lo que es bueno y lo que es malo. Los juicios de valor emitidos por los padres, sobre todo si son repetidos con frecuencia y confirmados con el ejemplo, se graban en la conciencia del niño. De aquí la fuerza moral del ejemplo de los adultos y en especial de quienes tienen autoridad sobre ellos.
     Además, los niños empiezan a compararse con compañeros y amigos y tienen la capacidad de ponerse en el lugar de los demás. Por eso, sin criticar a sus amigos, hay que señalar qué es una buena amistad, cómo los amigos ayudan a ser mejor y cómo se puede ayudar a los amigos. Asimismo, muchas veces se les puede pedir que piensen cómo les gustaría que actuaran con ellos... y actuar en consecuencia.
     Es también la edad de los ideales, en que se sienten atraídos por “héroes”, especialmente por los que encarnan valores como la valentía, la nobleza, la amistad. De ahí la importancia de ofrecer buena lectura y películas, y de conversar sobre los nuevos ídolos que ensalza la televisión, el cine y la música. El hijo o hija tiene la capacidad de separar lo que, por ejemplo, puede ser una buena cantante, de sus comportamientos no siempre tan “buenos”.

La propia iniciativa
     Para fomentar el crecimiento personal del hijo, hay que darle la oportunidad de pensar, decidir y actuar libremente. Se le puede ayudar a considerar distintas posibilidades, hacerle ver las consecuencias de cada una de ellas y luego asumir responsablemente su decisión. Esto sucede al planificar su estudio o al decidir integrarse a un club o equipo deportivo o al aceptar una u otra invitación de amigos.
     Si se les ha ayudado a formar su conciencia -recta y segura- y los criterios morales los ha asumido como propios, es hora también de que desarrollen una mentalidad crítica. No se trata de cuestionar todo porque sí, pero tampoco de aceptar todo sin más. En esto ayuda mucho la conversación sobre sucesos del día: ¿tú que crees?, ¿qué opinas sobre eso?, ¿qué habrías hecho tú?
     Finalmente, hay que saber que a esta edad surge en los hijos un sentimiento de vergüenza al saberse juzgados por los demás o de miedo al ridículo o a la crítica de los amigos o compañeros. Es momento de enseñar a superarlo, para que sea capaz de tomar decisiones libremente, es decir, sin que se vean afectadas por el qué dirán de los demás. Si no se ayuda a no hacer caso del qué dirán ahora, en la adolescencia tendremos hijos inseguros, que dependerán de la aprobación total de sus pares antes de hacer cualquier cosa: desde comprarse un par de zapatillas, ir o no ir a determinadas actividades, o tomar o no alcohol.

Los slogans
     Al acercarse a la adolescencia, los hijos pueden hacer eco de algunos falsos slogans que abundan en una sociedad en que domina el egoísmo, en que todo suele ser relativo. Hay que demostrarles la falsedad de frases como “ojo por ojo, diente por diente”, “vale más ser ladrón que robado”, “el éxito es de los sinvergüenzas” o “piensa mal y acertarás”.

La inteligencia moral
     Ya nadie considera la “inteligencia” así, a secas, o como sinónimo de coeficiente intelectual. El psicólogo Howard Gardner y sus tipos de inteligencias –o inteligencias múltiples- amplió el concepto de inteligencia. Luego Daniel Goleman, con su “inteligencia emocional”, señaló el necesario equilibrio entre el conocer y las emociones. Ahora se ha dado un nuevo paso: para educar integralmente no basta con saber cómo funciona el cerebro o la dinámica de las emociones; es preciso conocer dónde está el bien y ponerlo en práctica. Al hablar de inteligencia moral, varios autores señalan que la inteligencia ha de servir para, ante todo, conocer el bien.
Inteligencia moral. V. González. Univ. de Salamanca. Colección Aprender a ser. 2000. Aunque el concepto de inteligencia moral aparece como algo nuevo, la filosofía y la ética se han preocupado de él a lo largo de la historia como la capacidad de realizar buenos razonamientos morales. El autor se pregunta, ¿qué es un buen razonamiento moral y por qué? Una moralidad inteligente y madura ¿requiere previamente en la persona una capacidad lógico intelectual? ¿Cuál es la relación entre lógica y moral? ¿Qué tiene que ver la emoción, el sentimiento, en este proceso?
La inteligencia moral del niño. R. Coles. Ed. Kairós, Barcelona. 1997. Este psiquiatra infantil señala la importancia de la dimensión moral en la vida y, por tanto, de formar el sentido moral en los niños. El autor explica cómo, debido a sus estudios de psiquiatría, durante años veía los problemas de sus pacientes, niños y adolescentes, con los lentes de la psicología, reduciéndolos a la dimensión emocional. Señala que fueron los niños los que le hicieron descubrir que su visión era reductiva e insuficiente y que sólo los entendía cuando se percataba del sentido moral de sus planteamientos y de su conducta. Muchas veces sus problemas procedían de que les faltaba una guía moral. Al ser criaturas de “cognición, pasión y propósito”, intentamos ordenar nuestros conocimientos y deseos de modo que nuestra vida tenga sentido.
Si el hijo dice…
Dígale…
Porque…
Todos lo hacen.
Aunque todos lo hagan, el acto no cambia de malo a bueno.
El que todos copien no deja de ser un engaño hacia el profesor, los demás y uno mismo. El que todos tomen y se emborrrachen no dejará de ser algo que daña el cuerpo y pone en peligro a la persona en su totalidad.
La mayoría dice.
Los actos son objetivamente buenos o malos y no dependen de cuánta gente opine que está bien o mal.
Que en una elección ciudadana la mayoría opine que hay que permitir el aborto no hace que el hecho deje de ser malo, ya que se mata a un inocente.
Soy libre: puedo hacer  lo que quiera (mientras no dañe al otro).
La libertad es para elegir el bien, que no siempre es lo más cómodo o fácil.
Puedes elegir entre estudiar o no hacerlo, entre hacer rendir tus talentos o dar el mínimo de ti. Puedes elegir distintas alternativas, pero la libertad es elegir, de entre ellas, la que te lleve al bien y a la felicidad.

JOSEFINA  LECAROS

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