La desestructuración de las familias y la ausencia de criterios educativos en los padres están creando una nueva figura, los "pequeños tiranos", hijos únicos en la mayoría de los casos, que imponen su propia ley en casa. Psiquiatras infantiles, psicólogos y profesores se enfrentan a una tarea difícil –un problema educativo, más que psicológico–, para el que se requiere, en primer lugar, que los padres aprendan a ser padres.
| La aparición de estos diminutos déspotas –casi siempre chicos, de apenas 7 u 8 años– que dan órdenes a los padres, organizan la vida familiar y chantajean a todo aquel que intenta frenarlos, comenzó a observarse hace ya una década en las consultas infantiles. Su comportamiento colérico, más allá de la simple pataleta, hace temer una adolescencia conflictiva y quizá contribuya a aumentar un problema social ya serio: la violencia juvenil. Pero, ¿qué hay en la raíz de esta conducta impensable hace un cuarto de siglo? Profesores, psicólogos y sociólogos coinciden en un mismo punto: la falta de criterios educativos y tal vez de madurez en los padres actuales. Para Christiane Olivier, psicoanalista y autora de uno de los libros recientes sobre este fenómeno (1), “hoy día, los hijos son esperados, deseados, pero solo se busca su sonrisa y no los problemas que ocasionan y, para educar, hay que saber decir ¡no!”. El afán de llamar la atención, de ser el centro y de poner a prueba los límites es bastante natural en los niños entre 4 y 8 años. El problema aparece cuando se convierte en una actitud permanente y sin frenos. En algunos casos se trata de niños a los que sus padres han rodeado de excesivas atenciones. Según explica la psicóloga Paula Spencer en la revista chilena Hacer Familia (noviembre 2003), “los límites para ellos han sido pocos. No les han enseñado a respetar tiempos ni normas”. Por eso interrumpen las conversaciones de los adultos o hacen sus “gracias” para conseguir la atención de todos. En otros casos, el problema es que sus necesidades afectivas no han sido bien atendidas, y tratan de satisfacerlas por otros medios, haciéndose los chistosos o comportándose mal. Pero aunque buscan reacciones de afecto, solo logran molestar. En muchos casos, la escasa presencia de los padres en el hogar, y la excesiva permisividad para compensar la falta de dedicación, juegan a favor del ego infantil; en otros, los progenitores, deudores de una cultura dialogante hasta el extremo y en la que no cabe ninguna imposición, pierden de vista su papel y son incapaces de transmitir mensajes coherentes a sus hijos; y finalmente, con tal de evitar conflictos, más aún si se trata de familias desestructuradas o recompuestas, acaban negociándolo todo y también consintiéndolo todo. En este marco, en el que suelen coincidir madres hiperprotectoras con padres formal o físicamente ausentes, el hijo adquiere una posición central y se convierte en el déspota de la casa: quiere imponer sus horarios y sus gustos, decidir los programas de televisión que se ven o las salidas y vacaciones familiares. Según la psiquiatra infantil María Cristina Mouren-Simeoni (2), el pequeño tirano es un niño “sin experiencias ni aprendizaje, a medida que crece sus padres son cada vez menos eficaces para protegerle y reacciona con cólera y agresividad”. Fijar límites Para los especialistas, la mejor prevención consiste en fijar desde el primer momento los límites al niño; establecer lo que se puede hacer, lo permitido, se considera necesario para dar seguridad, dando siempre razones coherentes que el pequeño pueda comprender. “La noción de lo permitido le acompañará toda su vida; si a un niño se le deja a merced de su voluntad se le coloca en una situación inviable tanto para los otros como para él mismo”, asegura Danièle Guilbert (3), autora de otro estudio sobre la materia. La psicóloga Sandra Gelb subraya que hay que explicar al niño por qué está mal su comportamiento y explicarle qué se espera de él. “Las normas deben ser claras, porque si no, reciben un castigo sin saber bien la razón”, explica a Hacer Familia. Esta misma idea la comparten psicólogos, como Didier Pleux, que señala expresamente la necesidad de establecer barreras. En su experiencia como director de un instituto de terapia cognitiva y tras haber recibido durante años en la consulta a padres desesperados por el comportamiento de sus hijos, afirma: “Como están acostumbrados a conseguir todo lo que quieren, con una especie de coerción, los niños acaban por no soportar la frustración, pero la frustración es fundamental para la educación, porque hay que experimentarla para ser conscientes de que no se puede hacer todo”. El egocentrismo que se les fomenta, al ser el centro de las miradas en las familias y también de la sociedad de consumo, les lleva a no aceptar que los demás –padres, hermanos, compañeros, etc.– existen y tienen sus derechos. Por eso, al llegar a la adolescencia, “algunos reaccionan a veces con violencia o desarrollan otras patologías porque la realidad les parece intolerable. Pero, de hecho, son ellos los que no toleran la realidad”, asegura Pleux. Abrir los ojos La consulta a un psicólogo infantil parece obligada, pero la solución está en manos de los padres. Para el psicólogo y psicoterapeuta Jacques Arènes, cuanto más tiempo se arrastre una situación, el remedio será más lento y en ese caso hace falta una gran dosis de paciencia y unificar los mensajes de todos los adultos de la casa. “Es fundamental la solidaridad entre el padre y la madre. El niño tirano es malo y sabe dividir a los padres para reinar. Frecuentemente en las parejas hay puntos de conflicto, posturas opuestas sobre opciones educativas, y el niño sabe cómo aprovecharlas. Los padres ayudan cuando actúan como un bloque” (La Croix, 6-XI-2002). También puede resultar útil para los padres participar en sesiones orientativas, junto con otras familias. Como la capacidad educativa no se consigue de golpe, el contacto con los padres de otros niños puede resultar una clara ayuda. Un grupo de orientación familiar, en el que se discute abiertamente sobre problemas habituales en los hogares, puede permitir recuperar o aprender algunas viejas prácticas educativas. |
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