sábado, 2 de octubre de 2010

ESPERANDO BEBE Y PARTO

Estamos: Primera persona del plural del presente de indicativo del verbo estar. Desde el momento que se tiene la certeza del embarazo, comienza un nuevo estado plural: dos, la pareja; tres, los hermanitos del futuro bebé, los padres y madres de los futuros padres; muchos. Son muchas las personas que ingresan en un nuevo estado, un estado que conlleva alegría, ilusión y esperanza; pero también temor, inseguridad y angustia.
Desde luego que este estado es concéntrico: feto-madre, padre, abuelos - tíos - hermanitos... Esto quiere decir que la intensidad de todas las emociones que acompañan a este nuevo estado es directamente proporcional al centro de la diana, que en este caso es doble: feto-madre, ya que, sobre todo al principio de la gestación, el feto es como si fuera un órgano más de la madre, un órgano que va a reclamar toda la atención de su cuerpo y de su mente, hasta pasados unos 4 - 6 meses después del parto.
En este estado plural, ya es hora de reivindicar el papel del padre. Tradicionalmente el embarazo y el parto "ha sido cosa de mujeres". Muchas corrientes psicológicas han cargado las tintas sobre el papel condicionante de la madre sobre la salud de sus hijos, llegándose a acuñar términos como "madre buena", "madre mala", "madre neurotizante" e incluso "madre esquizofrenógena".
Opino que la psicología en este punto ha sido cruelmente parcial, implicando excesivamente a la madre y desvinculando al padre en la parte de responsabilidad que le toca en la gestación, nacimiento y crianza del bebé.
Es evidente que desde la concepción y hasta pasado el destete (de 4 a 6 meses de edad), el feto y la madre, y después el bebé y la madre, funcionan al unísono. Posterior y gradualmente se irán diferenciando uno del otro hasta alcanzar el niño o niña su nueva identidad (psicológicamente alrededor del tercer año), y la madre a recomponer la suya.
Bien, pero ¿cuál es el papel del padre? Pues ocupa un lugar esencial: el padre estaría en el segundo círculo concéntrico de la diana a la que habíamos hecho alusión, cuyo centro es la pareja feto-madre.
Durante la gestación, la mujer sufre cambios físicos y psicológicos muy importantes: se le baja la tensión, sufre de vértigos, vómitos y náuseas, se enlentecen sus reflejos y necesita más tiempo para el reposo y el descanso. También su mente se agita pensando fundamentalmente, si será capaz o no de llevar a buen término su embarazo y le surgirán multitud de dudas e inquietudes al respecto. Es en este punto crucial donde debe actuar el futuro padre: conteniendo y calmando las ansiedades y angustias de su pareja, desde una actitud cariñosa, serena y colaboradora.
Esto no significa que el futuro padre deba de adoptar una actitud cínica, de falsa apariencia del tipo "tranquila que no pasa nada", sino que debe ser para la gestante un pilar y un consuelo, un apoyo permanente, no sólo durante el embarazo, sino especialmente durante el tiempo denominado "Cuarentena", después del parto, ya que es el momento en el que la mujer muestra toda la fragilidad que existe en ella. Superado este período, la mujer recuperará su equilibrio emocional. Más tarde habrá otro período de tranquilidad, hasta el destete, en el que de nuevo habrá que dar un paso psicológico para la separación mental de la madre con su bebé.
En definitiva, el futuro padre debe ayudar a la gestante en aquellos momentos de especial fragilidad física y emocional: durante el primer trimestre del embarazo, antes y después del parto, durante la cuarentena, y posteriormente en los momentos previos en los que el niño vaya adquirir mayor autonomía: destete (4 - 6 meses), marcha (1 año), control de esfínteres (2,5 años) y primer estado de autonomía del niño (hacia los 3 años).
Llegado y superado este momento, la madre recuperará plenamente su libertad mental para volver a retomar con toda intensidad los lazos que mantenía con otras personas y objetos anteriores al embarazo.
Quiero precisar en este punto, que estoy hablando desde una posición IDEAL, y sé por experiencias cercanas que muchas madres no pueden dedicar 3 años de sus vidas al cuidado exclusivo de cada uno de sus hijos. Es más, la mayoría de las madres que conozco tienen que reingresar a su trabajo cuando su hijo apenas han cumplido los 4 meses de vida, tieniendo que compatibilizar las tareas propias de su actividad laboral con las del hogar, la crianza de su nuevo hijo y la atención a otros si los hay. Sin embargo, no creo que esto sea "malo" desde el punto de vista psicológico, aunque sin duda es "muy sacrificado" desde el punto de vista humano. También quiero aclarar que no justifico en ningún momento una "baja maternal" de 3 años de duración para la buena crianza del hijo, ya que pienso que tras esta decisión se esconden muchas veces deseos regresivos infantiles a los que no conviene dar crédito.

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