Después de un rato de trabajar con los hilos, los palos y el papel de china, Lucas sale entusiasmado a volar el papalote que acaba de fabricar con papá... Volar un papalote es un juego psicomotriz. Un juego en el que participa el cuerpo (en esencia, casi todos los juegos infantiles), donde tu pequeño aprende mientras se divierte, donde adquiere habilidades físicas y sociales, donde se siente feliz.
Es más emocionante que hacer deporte
Un niño de entre seis y ocho años puede llegar a correr 16 kilómetros en un rato normal de juego libre, sin embargo, si lo instáramos a correr 16 kilómetros en llano, difícilmente los terminaría. ¿La clave? «En el juego libre el niño se autogestiona, establece sus tiempos de descanso, así como la intensidad de la carrera según sus capacidades físicas», comenta José Luis Conde, experto en Educación Física.
Favorece el crecimiento y el control del peso
Todos los juegos de movimiento aumentan la circulación de la sangre, lo que evita que se asienten depósitos de grasa en las arterias y se convierte en uno de los mejores métodos preventivos del colesterol y de la arteriosclerosis (estrechamiento de las arterias). Prevenir esta enfermedad conlleva una menor incidencia de problemas cardiovasculares en la edad adulta, entre ellos el infarto de miocardio.
En paralelo, todo juego que supone cierta exigencia respiratoria ayuda a desarrollar los pulmones y garantiza una sangre más oxigenada.
También previene la obesidad, esa gran preocupación social debido a los nuevos hábitos, entre ellos el incremento del sedentarismo. El juego equilibra el gasto de calorías y es incompatible con comer al mismo tiempo (algo que sin embargo no ocurre con los juegos y actividades pasivas, que permiten pasarse la tarde comiendo). También previene enfermedades asociadas a la obesidad, como la diabetes tipo II.
Por otra parte, los niños que juegan al aire libre y practican deporte habitualmente crecen más, según los estudios. La sangre nutre mejor sus músculos, huesos y facilita la distribución de vitaminas y minerales, lo que se traduce en huesos más fuertes y músculos mejor formados. El juego es una inversión, a la larga previene la osteoporosis.
Como resultado de la mejora general de todos los aparatos del cuerpo, el sistema inmunitario también se beneficia y se encuentra más preparado para afrontar cualquier enfermedad. Y ahí no acaban las ventajas; como dicen los expertos, «el niño que juega, es feliz». Y la felicidad es primordial para mantener una buena salud.
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