Uno de los valores que más echan en falta los adultos en los niños de hoy es el respeto. ¿Por qué es un valor tan castigado? ¿cuál es la mejor forma de inculcarlo desde pequeños? En estas líneas trataré de dar mi visión sobre este tema y contestar a estas dos preguntas.
Antes de empezar, hay que aclarar que nada tiene que ver el respeto con el miedo. Digo esto, porque mucho de lo que los adultos denominamos respeto, no es más que una variante del miedo. Afortunadamente, quien busque miedo entre los niños de hoy, difícilmente podrá encontrarlo, gracias a la protección que la sociedad les proporciona.
Pero quien busca respeto, también rara vez lo encuentra, porque inculcar algo parecido al respeto sin hacer uso del miedo, es una tarea de primer nivel educativo. ¿ Y por qué es tan difícil? En mi opinión, y aquí radica la clave, es porque el respeto es algo que el niño debe respirar desde muy pequeño.
Y para ver cuánto de esto respiran los niños de hoy, debemos analizar su entorno buscando muestras de respeto. Y aquí llega la sorpresa: puede que los padres y educadores se respeten entre ellos y a otros en mayor o menor medida, pero en lo que coincide la gran mayoría, es en que no respetan precisamente al niño. Esto es especialmente cierto cuanto más pequeños son los niños: ¿cuantas veces hemos escuchado a nuestros hijos sin hacerles ningún caso, asintiendo mecánicamente a lo que dicen?, ¿o cuántas veces nos han preguntado algo que les preocupaba, por raro que fuera, y les hemos respondido con algún engaño o tontería por despacharlos rápido? ¿o cuántas veces les pedimos que se vistan o coman sin preocuparnos lo que tengan que decir? Pensemos cómo nos sentiríamos si nos tratáramos a nosotros mismos como tratamos a nuestros hijos cuando estamos sometidos a estrés o tenemos prisa. Pues ellos se sienten igual, porque por ser más pequeños no son menos personas. Y desde pequeños, al sentirse ignorados y/o ninguneados, empiezan a incubar esos mismos comportamientos hacia los demás.
¿Y cómo podemos enseñar respeto? Pues la mejor forma que conozco es practicándolo con ellos mismos: atendiéndoles cuando hablan, aunque para ello haya que pedirles que esperen dos minutos hasta poder prestarles atención; o escuchando sus extrañas inquietudes, con las cosas que les importan, y haciéndoles preguntas sobre ellas para que vean que les atendemos; y respetando absolutamente a todo el mundo: cada vez que vean que por la calle, o conduciendo, o en cualquier sitio, sus padres faltan al respeto a alguien, el mensaje que reciben es claro: "hay algunos que no merecen respeto". De ahí, a decidir ellos mismos quiénes son esos "algunos", sólo hay un paso.
Pongamos, pues, empeño en respetar a nuestros hijos. Ese respeto no sólo es un valor en sí mismo, sino una ayuda y una guía indispensable para gobernar toda nuestra relación con los hijos. Cuando dudes cómo abordar cualquier situación con tus hijos, analiza las opciones con la lupa del respeto, y verás cómo desaparecen varias opciones, y las que te queden serán las mejores.
Antes de empezar, hay que aclarar que nada tiene que ver el respeto con el miedo. Digo esto, porque mucho de lo que los adultos denominamos respeto, no es más que una variante del miedo. Afortunadamente, quien busque miedo entre los niños de hoy, difícilmente podrá encontrarlo, gracias a la protección que la sociedad les proporciona.
Pero quien busca respeto, también rara vez lo encuentra, porque inculcar algo parecido al respeto sin hacer uso del miedo, es una tarea de primer nivel educativo. ¿ Y por qué es tan difícil? En mi opinión, y aquí radica la clave, es porque el respeto es algo que el niño debe respirar desde muy pequeño.
Y para ver cuánto de esto respiran los niños de hoy, debemos analizar su entorno buscando muestras de respeto. Y aquí llega la sorpresa: puede que los padres y educadores se respeten entre ellos y a otros en mayor o menor medida, pero en lo que coincide la gran mayoría, es en que no respetan precisamente al niño. Esto es especialmente cierto cuanto más pequeños son los niños: ¿cuantas veces hemos escuchado a nuestros hijos sin hacerles ningún caso, asintiendo mecánicamente a lo que dicen?, ¿o cuántas veces nos han preguntado algo que les preocupaba, por raro que fuera, y les hemos respondido con algún engaño o tontería por despacharlos rápido? ¿o cuántas veces les pedimos que se vistan o coman sin preocuparnos lo que tengan que decir? Pensemos cómo nos sentiríamos si nos tratáramos a nosotros mismos como tratamos a nuestros hijos cuando estamos sometidos a estrés o tenemos prisa. Pues ellos se sienten igual, porque por ser más pequeños no son menos personas. Y desde pequeños, al sentirse ignorados y/o ninguneados, empiezan a incubar esos mismos comportamientos hacia los demás.
¿Y cómo podemos enseñar respeto? Pues la mejor forma que conozco es practicándolo con ellos mismos: atendiéndoles cuando hablan, aunque para ello haya que pedirles que esperen dos minutos hasta poder prestarles atención; o escuchando sus extrañas inquietudes, con las cosas que les importan, y haciéndoles preguntas sobre ellas para que vean que les atendemos; y respetando absolutamente a todo el mundo: cada vez que vean que por la calle, o conduciendo, o en cualquier sitio, sus padres faltan al respeto a alguien, el mensaje que reciben es claro: "hay algunos que no merecen respeto". De ahí, a decidir ellos mismos quiénes son esos "algunos", sólo hay un paso.
Pongamos, pues, empeño en respetar a nuestros hijos. Ese respeto no sólo es un valor en sí mismo, sino una ayuda y una guía indispensable para gobernar toda nuestra relación con los hijos. Cuando dudes cómo abordar cualquier situación con tus hijos, analiza las opciones con la lupa del respeto, y verás cómo desaparecen varias opciones, y las que te queden serán las mejores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario