Tener un hijo es el cumplimiento de uno de los propósitos básicos de la vida. Sabemos que no todos logran concretarlo, ya sea por cuestiones orgánicos o bien porque han optado no tenerlos.
Hoy en día es una elección, porque existen muchas formas accesibles para evitar los embarazos y porque no todos tienen la adecuada disposición para dedicar su tiempo para amar, criar y educar a un niño.
La pareja que decide tener un hijo tiene que saber que es un compromiso para toda la vida. Porque aunque ya sean adultos, vendrán los nietos y luego los bisnietos y siempre existirá el lazo que nos unirá a él de muchas formas.
Pero lo más importante es estar disponible cuando es pequeño y brindarle afecto.
Estar disponible significa brindarle el tiempo que necesita aunque tenga que derivar algunas horas de esta tarea a otra persona por razones de trabajo.
Los niños son muy vigorosos aunque sean pequeños. Son capaces de resistir rigores del frío, falta de oxígeno por inmersión, catástrofes y otras dificultades extremas, casi mejor que un adulto, probablemente debido a que en esa etapa tan temprana el organismo está en constante desarrollo con el potencial vital más poderoso que en cualquier otro momento de la vida.
Sin embargo, son muy vulnerables a la falta de afecto y al abandono, que puede provocar un efecto mucho más devastador en su personalidad que la sobreproteccion que también suele ser perniciosa.
A los niños de hasta tres años se los ha comparado con los animales pequeños con respecto a su comportamiento, porque crean un condicionamiento con sólo experimentar una sola vez una experiencia.
Un condicionamiento es una conducta aprendida que se hace habitual y se reitera frente a los mismos estímulos, por lo tanto todo padre tiene que saber que ante cualquier respuesta del niño inadecuada lo que él haga será decisivo para el futuro de él y del niño.
Estar atento y no dejar pasar nada por alto es importante y exige el esfuerzo de estar dispuesto a hacerlo en cualquier circunstancia priorizando ese acto antes que nada.
Esto es básico y esencial en cuanto a los niños muy pequeños; pero cuando crecen, tienen que ir aprendiendo lo que pueden hacer y lo que no pueden hacer.
Durante este aprendizaje el niño tiene la oportunidad de comenzar a incorporar valores y de aprender hasta dónde puede llegar con sus actos.
La actitud más importante que puede tener un padre en esta etapa de la vida de su hijo es la firmeza. Parece fácil pero no lo es. La firmeza es lo más difícil de mantener porque los chicos son muy insistentes y no tienen nada que perder. Pero hay que saber que si se atreven a ser firmes con sus hijos de entrada les puedo garantizar que no les crearán graves problemas en el futuro.
La firmeza consiste en no cambiar una decisión tomada y cumplirla. Una vez que se ha decidido nunca hay que volver atrás.
Para imponer disciplina hay que saber que nadie aprende de los castigos, ni siquiera los animales para adiestrar. Los niños, como ellos, aprenden del refuerzo y del reconocimiento y lo único que se aprende de los castigos es a evitarlos, es decir, huir o esconderse. El refuerzo o premio debe otorgarse cada vez que hacen conductas deseables.
Es necesario reforzar las conductas positivas y minimizar las negativas, que deberán ser sancionadas con penitencias que puedan ser cumplidas tanto por los padres como por el niño. Porque de nada vale decirle que no puede ver televisión una semana si al rato el adulto enciende el televisor para ver el partido.
Las penitencias nunca deberán ser demasiado severas pero deberán cumplirse a rajatabla.
El niño suele ser mucho más manipulador que los mismos progenitores. Parecería que nacemos con la cualidad de manejar a los demás, porque ellos nos muestran cómo hacerlo desde muy pequeños.
La educación de un niño comienza en el hogar y los primeros años son decisivos para lograr la adaptación necesaria para poder ser diferente y participar en la sociedad en forma creativa.
Porque no se puede crear de la nada. Toda creación nace de algo previo que ya estaba.
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