jueves, 20 de octubre de 2011

ADOLESCENTES

Profesores Programa de Psicología Universidad Surcolombiana
embarazo niñaNaciones Unidas acaba de informar que en Colombia  más del 50% de los hijos de madres adolescentes son no deseados. Este país es también el de mayor tasa de embarazo adolescente en América Latina. Las cifras son preocupantes, pese a que la quinta encuesta nacional de demografía (2010) realizada por Profamilia, revela que este fenómeno bajó un punto, del 20% de adolescentes que se embarazó en 2005, al 19% en 2010. Situación similar a la ocurrida en el Huila donde, según el reciente Perfil Epidemiológico Departamental, este asunto se redujo en un 13%. No obstante, el año pasado hubo cerca de 5.000 adolescentes opitas embarazadas.
Los datos exigen repensar las políticas públicas y las estrategias escolares y familiares al respecto, pues ningún aspecto de la vida social es simple. Un tema como el del embarazo adolescente es complejo y, por tanto, poli determinado. En él participan, además del deseo erótico propio de cada adolescente, factores como los siguientes.
niñaPrecarias condiciones socioeconómicas, que presionan a las chicas a buscar una salida del hogar en busca de supuestas mejores oportunidades, muchas veces ofrecidas por un enamorado. Lo cual no significa que el embarazo adolescente no se dé en estratos medios y altos, ocurre pero por otras motivaciones y sin las mismas implicaciones negativas para el futuro de la madre y el bebé. Esto quiere decir que no es igual de grave ser madre adolescente pobre que ser de clase media o alta.
Bajos niveles educativos, que impiden un conocimiento elemental de la sexualidad (en mayor proporción en zonas rurales que urbanas) y así, por ejemplo, se cree en fórmulas, poses o remedios caseros para evitar un embarazo.
Prejuicios sexuales, como el control machista de la mujer para que no planifique, supuestamente para evitar su infidelidad. O aquél otro de la vergüenza que impide reclamar el derecho a los anticonceptivos en las instituciones de salud.
Imaginarios erróneos de amor eterno y estabilidad matrimonial, que acompañan el embarazo para demostrar el afecto y garantizar la permanencia del hombre junto a la mujer o de la mujer junto al hombre.
Equivocadas concepciones de feminidad y masculinidad presentes en las competencias de mutua aceptación entre pares, en relación directa con la conquista de pareja. En muchas oportunidades los muchachos llegan a la intimidad sexual para demostrar su hombría a los compañeros y no para disfrutar de una relación de pareja. Y las muchachas con frecuencia lo hacen por ganarle a sus compañeras el chico más pretendido, perder la calificación de tontas y adquirir la de audaces.
Como se aprecia, el embarazo adolescente escapa a explicaciones de una sola causa y reclama intervenciones mancomunadas de padres de familia, educadores, comunicadores sociales, gobernantes y, por supuesto, de los propios adolescentes.
Hecho este reconocimiento a la complejidad del fenómeno en cuestión, presentamos ahora algunas sugerencias relacionadas con la necesidad de una educación sexual integral desde la primera infancia, no moralista ni hipócrita, que reconozca la necesidad de  contribuir a formar ciudadanos y ciudadanas capaces de reflexionar y enfrentar situaciones como las planteadas atrás. Una educación que empiece por entender que el deseo erótico y el enamoramiento adolescente constituyen uno de sus  temas centrales y una motivación subyacente a este tipo de embarazos. Sugerencias que siguen vigentes desde su formulación con base en un estudio realizado por la USCO en 2000, con madres adolescentes de los principales colegios de Neiva (Libro: Jugando a la mamá. Estudio de caso sobre maternidad temprana y educación sexual, editorial Kinesis, Armenia).
La educación, por sí sola, no puede atender todas las dimensiones del problema pero sí constituye una condición indispensable. En la actualidad, pese al nuevo proyecto del Ministerio de Educación Nacional, cuando de modo excepcional se hace educación sexual, se trata de una labor deficiente caracterizada por lo esporádico, el academicismo del funcionalismo biológico y el moralismo religioso. No aborda los interrogantes juveniles acerca del deseo y el placer como derecho y bien ético constitutivo de un proyecto de vida buena y placentera.  Por lo general, la educación sexual es prácticamente inexistente, pues ésta no pasa del documento archivado para cumplir con el requisito formal ante las Secretarías de Educación.
Desde los tiempos de la antigüedad clásica griega sabemos que una auténtica educación es aquella que trasciende lo discursivo para literalmente encarnarse. Convertirse en práctica de vida. Aristóteles enseña que virtudes como la justicia o la prudencia no son el resultado de un sermón, sino producto de la reflexión nacida de experiencias concretas de justicia y prudencia. Mientras los educadores y padres de familia persistan en el error de presentarse como sujetos asexuados o practicantes de una sexualidad pecaminosa y vergonzante que “enseñan” sexualidad, no habrá avances significativos en temas como el del embarazo adolescente. Es algo así como esperar progresos del profesor que, sin saber nada de música o que detestándola, pretende enseñar a tocar un instrumento.
Un buen padre de familia o profesor relaciona su saber con las experiencias propias y de los hijos o estudiantes para motivar y dotar sus enseñanzas de sentido vital. Por eso recomendamos que, junto al conocimiento técnico y abstracto de temas como el ciclo menstrual, la fecundación, los aparatos reproductores, las enfermedades de trasmisión sexual y la anticoncepción, aparezca la experiencia concreta del docente o el padre de familia acerca del gusto erótico, el enamoramiento, las relaciones de género, el tipo de anticonceptivo usado y su manera de uso, entre otros. Esto, además, como una vía de apertura a la confianza requerida para que los estudiantes o los hijos planteen sin temores sus propias inquietudes y necesidades de asesoría.
Si a diario aconsejamos con referencias concretas, “por el bien de nuestros hijos” (según la tradicional y discutible expresión), acerca de alimentos, viajes, carreras universitarias, deportes, medicamentos, lecturas, uso de tecnologías viejas y nuevas y tantas otras experiencias fundamentales, ¿por qué no hacerlo con la sexualidad? ¿Por qué no admitir lo gratificante del encuentro íntimo en nuestras vidas y cómo hemos aprendido a diferenciarlo del interés por la reproducción? ¿Por qué no reconocer las veces que nos hemos equivocado en asuntos de pareja y por qué creemos habernos equivocado?
Sabemos, como ejemplo adicional, que la educación sexual no se reduce al tema de la anticoncepción, pero también tenemos que aceptar que sin conocimientos y experiencias en el uso de anticonceptivos esa educación estará incompleta y la cantidad de embarazos adolescentes se mantendrá o crecerá. ¿Por qué no referir las experiencias del docente o del padre de familia al respecto? ¿Sería que nos bastó un curso teórico de una hora para aprender a manejar los anticonceptivos que usamos o lo aprendimos en la práctica asistida por un amigo o médico? ¿Quién les colabora hoy a los estudiantes en este aprendizaje?
Para finalizar, conviene resaltar que por carecer de una educación como la planteada, cuando se presenta el embarazo adolescente la responsabilidad es compartida por la familia, la institución escolar el Estado y la sociedad en su conjunto, no es exclusiva de la pareja adolescente. Y el peor error que agrava la situación es una actitud familiar incomprensiva e intolerante, muchas veces violenta, más nefasta que el mismo embarazo. Con comprensión y apoyo familiar es posible convertir esta experiencia en un episodio de crecimiento y superación personal.

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